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La crisis económica agravó la fragmentación política, que a su vez tiene efectos desastrosos en la economía, en un remolino vicioso que amenaza ahogar a Brasil. Constituir una mayoría legislativa confiable siempre fue difícil en las últimas décadas del presidencialismo de coalición, régimen vigente desde el fin de la dictadura militar en 1985.
Ahora se hizo imposible, con la economía en recesión, alta inflación y fuerte desequilibrio fiscal, en una crisis a la que se suma un escándalo de corrupción que ya encarceló decenas de empresarios y políticos.
Además, amenaza con hacerlo con más de 30 parlamentarios, ministros y gobernadores estaduales, que solo pueden ser juzgados por el Supremo Tribunal Federal.
Con la presidenta Dilma Rousseff arrinconada y muy impopular, el Gobierno se volvió incapaz de obtener la aprobación del bicameral Congreso Nacional legislativo de medidas del ajuste fiscal, multiplicando las incertidumbres económicas y políticas. La última encuesta, realizada por el Instituto Datafolha a comienzos de agosto, le apuntó 71 por ciento de rechazo a la Presidenta, un récord histórico.
La pulverización de las fuerzas políticas en Brasil es visible en la existencia de 28 partidos con representación legislativa, pero va mucho más allá. “Los partidos también están divididos y no tienen hoy líderes fuertes con el poder de orientar los votos de sus colegas. En la actual coyuntura ciertos frentes presentan más cohesión que los partidos”, destacó Antonio Augusto de Queiroz, director de Documentación del Departamento Intersindical de Asesoría Parlamentaria.
El politólogo se refiere a grupos suprapartidarios que, vinculados a sectores sociales o económicos, se organizan en torno a intereses específicos, pero luego extienden su influencia en decisiones sobre temas variados. Los más conocidos son los de la llamada “bancada ruralista”, que representa los intereses de los grandes hacendados, y la “evangélica”, que reúne principalmente miembros de las nuevas iglesias pentecostales, con creciente peso.
Los ruralistas suman unos 180 diputados, según detalló Queiroz. Eso corresponde a 36% de la Cámara de Diputados, casi el triple de la representación de los dos mayores partidos.
Eso les permite atreverse incluso a pelear por enmiendas constitucionales, que necesitan de una mayoría de 60% en las dos cámaras. Un ejemplo es la que busca interrumpir la demarcación de tierras indígenas, transfiriendo esa tarea del Poder Ejecutivo al Legislativo.
El Parlamento de Brasil, un país con 202 millones de personas, cuenta con 513 diputados y 81 senadores.
Los evangélicos son mucho menos, cerca de 70, “pero es una bancada más cohesionada y activa, que detenta posiciones claves, como cargos en la Mesa Directiva de la Cámara, en comisiones sectoriales y liderazgos de partidos y coaliciones, evaluó Queiroz.