Hace pocos días fue enterrado en su tierra ibarreña Galo Larrea Torres. No podía haber mejor sitio para su descanso final, porque la ciudad y la provincia fueron su pasión y su destino. Vivió apegado a esa tierra soñando en su progreso y trabajando duro para que los sueños se cumplan.
Galo Larrea nació en Ibarra de una familia distinguida y radicalmente liberal. Su padre, Federico Larrea, fue uno de los baluartes del liberalismo alfarista. Siguiendo la vocación de varios de sus hermanos, ingresó al Ejército y llegó en él al grado de mayor. Se retiró tempranamente y pasó a dedicarse a las labores agrícolas. Pero pronto se interesó por la política y en muy poco tiempo se había transformado ya en uno de los hombres públicos influyentes en Ibarra.
Galo Larrea llevó adelante una carrera pública larga y exitosa, marcada por una gran vocación de servicio a la provincia, una inclinación evidente e irrefrenable por la política y una vida honrada intachable. Ha sido todo lo que se puede ser en la tierra; miembro del Consejo Provincial, prefecto, alcalde, diputado, vocal del Tribunal Electoral, gerente de la Fiesta de los Lagos y no sé cuántas cosas más. Cuando el liberalismo entró en crisis, pasó como muchos liberales al Partido Demócrata. Cuando este llegó a su esperable fin, se afilió a la Izquierda Democrática y allí se mantuvo por décadas con gran sentido de lealtad y mucho trabajo.
Hace pocos meses le hice una extensa entrevista a Galo Larrea, en que me contó su larga y productiva vida. Al final, en la última grabación que fue hace tres semanas, dejó un mensaje sobre el presente y el futuro de Ibarra, que vino a ser como su última voluntad. Decía entonces:
“Yo siempre he pensado en Ibarra. Siempre la vi como una ciudad grande, pero que no progresaba. Territorio tenía, porque está un valle plano muy grande. Pero le faltaban las condiciones de vida de su población y los atractivos necesarios para que la ciudad pudiera crecer. Cuando me separé del Ejército y vine a vivir a Ibarra, me dediqué exclusivamente a luchar por darle a Ibarra una condición de ciudad grande, cómoda, decente, amable. Pero Ibarra no tenía servicios básicos y entonces pensé que había que trabajar en este aspecto, profunda y directamente, para hacer de Ibarra lo que hoy es como ciudad”.
No pasaron muchos días hasta que, sin haber perdido la lucidez, se encontró con el destino que nos espera a todos al final de la vida.
Hombre práctico, visionario, generoso, testarudo y afable, Galo Larrea tuvo muchas realizaciones en su vida pública. Fue el alcalde que logró dotar a Ibarra de agua potable, servicio eléctrico y parte de su buena vialidad.
También se empeñó en organizar la feria internacional y el turismo. Al terminar la jornada de la vida pudo decir: “misión cumplida”. Por ello, su tierra le debe mucho.