Puede sonar a herejía. Quizás lo sea. Pero no es tan complicado ni tan terrible, más bien es simple: no creo en los héroes, al menos no en los que todo el mundo cree. Peor en los reencauchados (o ‘tuneados’, para usar una imagen más contemporánea) a la medida de la conveniencia política.
Decir esto cuando los ecos de la celebración por la Batalla de Pichincha en la Cima de la Libertad aún retumban, seguramente no es prudente. Sabrán disculpar la falta de juicio. Es que esta sobredosis de simulacros y aspavientos alrededor de la figura de Manuela Sáenz, y las loas al Mariscal Antonio José de Sucre y al Libertador liberado por la Libertadora (o sea a Simón Bolívar) me han alterado más las entendederas. Es por eso que hoy les hago esta confidencia.
Y no me planteo esto desde la rebeldía, el esnobismo o por dar la contra, sino simplemente desde el reconocimiento (y la aceptación) de la fragilidad inherente a la condición humana. Esa es la única razón por la cual no creo en los héroes que nos venden recién salidos de un manual de ‘marketing’ (que aplica indistintamente a la política, al deporte, a la farándula, a la religión, etcétera).
En lugar del Che Guevara, por ejemplo, a mí me cautiva más la figura de mi amiga Anita. Ella vive sus 82 años con alegría en lugar de llevarlos a cuestas; no piensa en retirarse, al contrario, hace planes; no da lecciones de ningún tipo, solo reparte su amistad en abundancia; y no necesitó de revolución alguna para hacer el milagro de sacar a sus tres hijos adelante luego de enviudar en un país extranjero –cuya lengua aún altera con su fuerte acento checo–.
Más que los héroes de antaño, cuyas debilidades (y ruindades, por qué no) han sido edulcoradas por el paso del tiempo y gracias a los hábiles amanuenses de la Historia, me gustan las personas que sí conozco (con sus defectos y virtudes), que se me parecen y que, a pesar de todas sus limitaciones, han hecho cosas excepcionales, minúsculas y enormes a la vez.
Claro que de ellos nadie habla; ellos no venden una marca de ropa ni un proyecto político (que en esta época viene a ser lo mismo). Esos héroes que prefiero solo son capaces de despojarse de todos sus prejuicios y temores y aceptar –en una sociedad como esta– el hecho de que su hijo sea gay con tanto amor, sin hacerle siquiera un comentario, peor un reclamo. Ojalá algún día yo también sea capaz de la proeza del amor incondicional.
Qué tal si en lugar de sorbernos los sesos con heroísmos extemporáneos de receta, volteamos la cara hacia nuestros iguales: hermanos, parejas, padres, madres, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, abuelos’ seguro detrás de cada uno hubo o hay un héroe; no demandarán pleitesías ni nos venderán cuentos. Estos héroes son los que prefiero, porque son de carne y hueso.