Por un momento temí que no asista mucha gente. Cuan equivocado estaba. Poco a poco llegaban caras largas y tristes. Abrazos. Sonrisas cortas. Vestidos oscuros. Pena. La sala se llenó a tope. Su caja, su último dormitorio estaba en medio. Sobre la tapa jugueteaban unos pequeños peluches de perros, gatos y leones. Flores y más flores alrededor.
Se encendieron velas y empezó un ritual laico. Cada cual daba su testimonio. Tras las palabras se iba configurando su imagen. Su niñez en la pampa argentina: “Tomados de la cola de una vaca, “patinábamos” por el césped bañado de rocío”. Su puma “Rigoberta” que vivió hasta los 25. Su llegada al Ecuador por los años setenta. Su recorrer las zonas rurales capacitando docentes. Su compromiso por el derecho a la educación. Su apuesta política por la democracia y la ciudadanía. Por los indios y afros. Su vocación por los niños y niñas más pobres. Sus libros de texto. Sus cuentos infantiles. Su sonrisa transparente.
Mirta Raimondo -recordó alguien- fue una mujer y maestra dotada una generosidad exquisita. No tuvo hijos pero “adoptó” a muchos… a muchas. Fue una típica “mamá gallina” de sus amigos. Pero también adoptó a plantas y animales: “Tengo -contó a Sandra Ojeda- plantitas traídas de Brasil, Argentina, Italia, España, Amazonía, Loja, Esmeraldas, Carchi. Cuando me mudé, había dos pajaritos silvestres que venían al jardín. Les puse comida y vinieron muchos más. Un día aparecieron dos canarios que seguramente escaparon de alguna jaula. Ahora viven en el jardín con otros treinta más. Tengo gatos, perros, un caballito rojo de crines casi blancas, una vaca manchada y una chanchita blanca”. Los últimos años de su vida gastó su plata curando y alimentado leones maltratados por algunos circos de pueblo…
Y así el ritual fue cargando el ambiente de un aroma de paz, fraternidad y amor. La sala de velaciones se transformó en un aula de alegría y de aprendizaje de amistad. Sentí que Mirta estaba allí. Fue el último regalo que nos hizo. Sus amigos y amigas reunidos con ella reafirmando valores y sentimientos.
En medio de este espacio grato, límite entre la vida y la muerte, por un momento, fue inevitable pensar lo pequeño y miserable se veía desde allí ese frenético mundo poblado por mujeres y hombres buenos, cercados por ahora, por seres prepotentes e intolerantes, que se creen inmortales, entontecidos por la soberbia y el poder, enloquecidos por el dinero y el consumismo, ciegos ante la corrupción.
En todo caso, la energía positiva del momento nos invita a reflexionar que cuando nos vayamos, cuando nos toque el turno, el poder y el dinero mal habido se esfuman. Y que lo real, como ahora, lo único que queda es tu humanidad, generosidad y capacidad de lucha, reproducida en tus parientes y amigos que acompañan a tu entierro, gran amiga.