Otras miradas de ciudad

Apocalíptico y feraz, César Dávila Andrade escribe su “Catedral salvaje”. “En medio del furor del cataclismo, sigue inmóvil el día…Ah, vivimos atrapados entre murallas de nieve planetaria! Entre ríos, entre centauros de lava planetaria; entre fogatas de cristal de roca; entre panales de rocío ustorio; entre frías miradas de serpientes y diálogos de pájaros borrachos… Aquí, no envejecen las murallas ni los ídolos…” Mínimo fragmento que cito de Andrade, inscrito –proyectado- en la obra que Patricio Palomeque denominó “Pieles”, miradas oblicuas de la acera, de la loza o el travertino que pisamos, retículas en las que inscribimos nuestro pasar, memorias inocuas que se evaporan día a día .

“Catedral salvaje”, el poema, se ha convertido en la columna vertebral de una obra actual que usa a Cuenca como un pretexto para hablar sobre los conflictos de la representación en una época de interfases, de la multiplicidad de voces que se superponen y fluctúan acorde a la posición del observador.

Largo viaje que el artista Palomeque plasma en “su” Museo de Arte Moderno de “su” ciudad, de la ciudad de otros, convirtiéndola en caídas abismales al nocturno iluminado por apenas descubiertos espacios de luz; o recabando la violencia de sus entrañas en un video cuyo afilador en primer plano desbasta el largo filo de un cuchillo hasta que es engullido por el tiempo.

En otro video, el mismo cuchillo hiberna en un bloque de hielo que en la azotea anodina de una terraza se descubre al calor del sol. Les acompañan fotogramas impresos sobre linox; las mismas imágenes “sufren” nuevas transiciones y mutaciones bajo la asepsia del soporte.

El artista se detiene frente al Abdón Calderón de su plaza principal. No la lee como lo haríamos todos basados en la descripción glorificante de Manuel J. Calle en “Leyendas del tiempo heroico”. No. Repotencializa al héroe bajo la lluvia (en el video), con una de aquellas musiquillas que saben a campaña política. Y al video contrasta un cuadro desarmable de 30 cuadritos que deconstruyen la imagen del héroe niño, la diluyen y fragmentan. Una alocución a los actos de rearmar las memorias, una y otra vez.

Esta exposición, “La línea de sombra” arranca de la tradición de la postal en blanco y negro que a principios del siglo anterior se convirtió en la carta de presentación de la modernidad. Las pinturas, con o sin una fotografía base, recuperan la tradición transitada por un nuevo caminante que mira más allá de la ciudad, que se encuentra con las barreras de una escalinata o las cuatro esquinas que te llevan y devuelven al mismo sitio sin importar realmente el donde. Ha diluido la ciudad cerrada, la ha diluido mediante su propia subjetividad. Un ejercicio que merecería ser expuesto como parte de la multitudinaria reunión Habitat III en Quito.

akennedy@elcomercio.org

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