La minga de Caemba

Sumar esfuerzos. Darse la mano. Arrimar el hombro. Levantarse. Construir. A las pocas horas del terremoto del 16 de abril se dejaban ver las primeras iniciativas solidarias ciudadanas: la movilización masiva para recoger alimentos, cubrir las urgencias para saciar la sed y el hambre de los damnificados. Gracias a las redes sociales, se sumaban esfuerzos, se reunían fondos, se daban la mano unos a otros, se autoconvocaban personas con distintas habilidades y destrezas ofreciendo lo que sabían hacer.

Las contribuciones, anónimas y voluntarias, como debe ser, han sido miles, aunque no suficientes: ahí donde se perdió todo, todo hará falta. Ecuador tiene tarea para largo.

De entre las iniciativas se destacan algunas, muchas, y esta columna está dedicada a una de ellas: se la ha bautizado con el nombre de Caemba, que suena alegre y costeño, y que significa “casitas emergentes de bambú”. Surgió a pocas horas de la desgracia. Por redes sociales sus gestores hablaban de un material noble y versátil como el bambú, que había que cortar, que se podían construir casas rápidamente, pedían plásticos, sugerían ideas arquitectónicas para crear unos espacios confortables, movilizaban a la gente, conseguían voluntarios, sumaban ‘likes’ y contribuciones.

Levantarse de los escombros. Salir del hacinamiento. Recuperar la intimidad y la paz. Con esas premisas, en mes y medio, han levantado 105 casitas de bambú de la hacienda Pepe Pan, en Chamanga, Matal, El Mamey, Tonchigue. Además, tres centros infantiles. Aproximadamente 600 personas han recuperado su vida familiar, han salido del hacinamiento de los albergues e intentan recuperar su vida y empezar de nuevo.

Las casas de bambú tienen dos extraordinarios seres que empujan, animan, consiguen, construyen: Cristina Latorre y Manuel Pallares. Con entusiasmo y corazones enormes, con una generosidad sin límites y una capacidad de convocatoria admirable, han hecho que grupos de voluntarios, empresas y fundaciones realicen sus aportes, visiten, acompañen. En minga. Como se ha hecho este país.

La iniciativa tiene gente detrás, que cree en la gente. Gente que no ha perdido la esperanza. Gente que se conmueve con una sonrisa y que sabe que se puede salir de la adversidad. Las casitas nacieron con la emergencia y van siendo calor de hogar, sus moradores las van completando, perfeccionando, adecuando a sus necesidades, saliendo de las calurosas carpas y recuperando su vida.

En medio de la crisis, de la gente sin empleo, del dolor por las víctimas del terremoto, iniciativas como estas –hay muchas otras y todas merecen muchos aplausos- muestran que otro mundo es posible: el de la solidaridad y el del trabajo conjunto, así, como está haciendo Caemba. Y como se ha hecho el país desde siempre: en minga.

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