¿Por qué un acuerdo nacional por el cambio educativo? El país salió fracturado en dos, en tres o en mil partes luego del correato. En los meses que Lenin lleva en el poder, a medida que los corruptos son juzgados y caen presos, sus trafasías desbordan las cloacas, las tensiones bajan y las familias ayer divididas paulatinamente se van reuniendo, los amigos resentidos se sientan en una misma mesa y los periodistas y los columnistas críticos dicen sus verdades, sin temor de que el lunes, luego de aquel sabatinazo, algún juez abra un caso en su contra, o que su apellido sea mancillado por el ex mesías.
El país, mal que bien, se reencuentra desde el 24 de mayo del 2017. Sin embargo falta mucho para curar las heridas y recuperar la confianza en los gobernantes, en los políticos y en el Estado. Para esto el gobierno de Moreno ha ayudado, pero a ratos con ambivalencia, con contradicciones. Una de cal, otra de arena.
La consulta popular del 4 de febrero fue un gran paso. El encargo a Luis Macas para que presida la Comisión Transitoria es otro acierto. Tener en ella al Dr. Trujillo, crucial. Al final avanza la tendencia de generar condiciones para la batalla por la recuperación de la institucionalidad democrática del Estado. Pero hacen falta más pasos. ¿Cuáles?
Desde antes de las elecciones presidenciales esta columna reiteró que ante una crisis colosal en todos los planos: económico, político, social y moral, que adicionalmente redundaba un una fatal devaluación de la autoridad y confianza en el Estado, se requería construir una enorme voluntad política colectiva. No solo era suficiente plantear y llevar a cabo un diálogo, hecho que estuvo bien ejecutado por la presidencia, sino que hacía falta generar compromisos para salir adelante, con ganas y con corresponsabilidad.
Sí, es la hora de los de acuerdos y compromisos construidos por todos, pero desde abajo. La consigna es la unidad. Es el momento de gestar un gran acuerdo nacional de gobernabilidad, un pacto social-fiscal, de cuatro o cinco metas concretas hasta tal año. Uno de esos puntos de convergencia es la educación. Un acuerdo por el cambio educativo, por una nueva educación, que supere el enfoque educativo autoritario, excluyente y meritocrático del correato.
La educación es el campo más amable para gestar acuerdos. El Ecuador experimentó, en décadas pasadas, varias veces la potencia política del tema. La educación, vista desde los derechos, es el sitio donde con menos resistencia la gente de toda condición social y política se sienta en una misma mesa, ya que en el fondo sabe que está concertando por lo más sensible de su sociedad, la niñez y la juventud. Y a través de ellas, la trascendencia de las familias y del país. Dicho y hecho, la educación sería la puerta para ir hacia el gran acuerdo nacional.