Uno de los problemas serios del país desde su fundación en 1830, fue qué hacer con los militares cuando no estaban en guerra. Costaba un platal pagarles, sobre todo a los oficiales, pero resultaba aún más difícil encontrarles tareas “útiles” o “productivas”. Y esto, no solo por lo elevado de los costos, sino también porque si no encontraban qué hacer, más fácilmente caerían en la perenne tentación de conspirar contra el Gobierno.
Desde el inicio, dos tareas básicas le habían sido asignadas a la fuerza armada, tanto en el Ecuador, como en otros lugares de América Latina: defender al país de las amenazas externas y mantener el orden interno, lo cual significó frecuentemente su participación en las guerras internacionales y en el sostenimiento o derrumbamiento de los regímenes políticos. En ambos casos su presencia se consideró como “defensa nacional” o “defensa del Estado”.
Pero la primera tarea parece a algunos ya redundante, una vez que las fronteras están definidas. La segunda, en cambio, bordea con las intromisiones políticas de los militares, tan frecuentes en nuestra historia. Por ello, cada vez y cuando, se ha tratado de hallar otras labores para ellos. Ahora, el Gobierno parece tener esa intención. Su propuesta se ha filtrado y les ha parecido tan peligrosa a los mandos militares, que han hallado varias formas de expresar su inconformidad.
A primera vista, parece sensato que si el personal de las fuerzas armadas le cuesta al país ingentes recursos, debería ocuparse de tareas de cooperación social cuando su tiempo lo permite. Podrían ser bomberos, guardabosques, vigilantes de carreteras, guías turísticos y otras tantas cosas que la necesidad y la imaginación pudieran sugerir.
Pero, una vez más, lo que a primera vista es casi obvio, no es siempre lo correcto. Y en este caso, es definitivamente incorrecto y hasta peligroso. Distraer a los militares de sus labores específicas no es bueno para el país. El Ecuador necesita un Ejército pequeño, con eficiente capacidad disuasiva, bien entrenado y dispuesto a entrar en acción cuando fuera necesario. Militares profesionales, pocos y buenos. Esa es la necesidad nacional.
Si se quiere hacer una reforma militar aquí y ahora, debe buscarse pertinencia y eficiencia. Por eso hay que ponerle mucho ojo a las adquisiciones de armamento, más bien que tratar de meter a los soldados de boy scouts.
Pero hay más. Lo que los uniformados pudieran hacer como bomberos o “trabajadores sociales” es muy poco, pero muy poco, en relación con el tamaño y necesidades del Ecuador del siglo XXI. Además, como ya experiencias anteriores lo han demostrado, para emprender en sus nuevas tareas, los militares demandan recursos y personal adicional, que termina costando más que el servicio que prestan. ¡El caldo costó más que los huevos!