Las lecciones de ética que imparten quienes tienen los más altos cargos de las instituciones del país, consisten, primero, en no hacerse responsable de sus palabras y peor de sus actos. Más bien se empeñan en endilgar la responsabilidad de ellas a quienes difunden, divulgan o descubren sus actos de corrupción, sus palabras o sus acciones u omisiones. Matar al mensajero ha sido la práctica de la década, con funcionarios que creen que pueden esconder sus actos de por vida como si fuera un asunto de andar escondiendo la mugre bajo la alfombra y jamás limpiar la casa.
No pueden dar lecciones de ética quienes se graban, se chantajean, se ponen trampas, se cobran favores, se espían, ajustan sus cuentas, se traicionan y se delatan. ¡Y hablan de ética! ¡Y hablan de su amor y sacrificio por el país! ¡Y se dicen gente sin tacha!
No tienen escrúpulos. Se sacan los ojos. Se clavan puñales por la espalda. Pero se dicen dueños de la moral pública, dueños de la verdad, perseguidos políticos y hasta víctimas.
Lo que ocurre en el país ya raya en la indecencia: chantajistas profesionales vestidos de traje y corbata, fungiendo de gente honesta y proba, que se autoproclamaron de manos limpias cuando las han tenido sucias, cuando su palabra ha perdido todo el crédito.
Si en la cima de las instituciones aquellos que se dicen prohombres de la patria funcionan de esa manera, no se sorprenda, estimado lector, de que el país entero funcione de esa manera ni de que todo el mundo quiera hacer trampa. Repartir el pastel. Sacar tajada,. Comprar puestos. Ubicar a los parientes en los cargos públicos. “Bajarse al man” (sea quien sea que esté por encima). Pedir comisiones. Pagar coimas. Palanquearse un cargo. Colocarse en el primer puesto sin haber hecho la fila y robar porque “siempre se ha robado”.
Por eso estamos como estamos. Por eso ya no sabemos qué está bien y qué está mal, que cosa es decente y que cosa no lo es. Las lecciones de ética que han impartido quienes lideran la política desde hace más de una década y están a la cabeza de las instituciones públicas tienen sus consecuencias en la vida cotidiana: nadie confía en nadie y el que menos quiere ganar más de la cuenta sin importarle si, para ello, tiene que pasar por encima del amigo, pisotearlo o vulnerar los derechos de los demás, pasarse por encima de las leyes con el convencimiento de que hecha la ley, hecha la trampa.
Tristes lecciones de ética nos han dado los gobernantes y sus secuaces. ¡Y se les ocurre que, declarándose honesto en una notaría y pagando 24 dólares al notario para que lo certifique, se acabará la corrupción en el país! No, señores no es así de fácil. El problema es más grave pues las lecciones aprendidas han echado raíces, han crecido robustas y ahora cosechamos frutos que parecen estar podridos.