Vivo entre dos mundos. Vivo entre dos miedos. En uno, Europa, donde paso buena parte del año, formo parte de los atemorizados. En otro, Estados Unidos, pertenezco a los que atemorizan. Me explico: en Europa, la corriente principal de la sociedad o mainstream sufre la creciente presencia islámica.
54 millones de musulmanes viven en Europa. Según el parlamentario holandés Geert Wilders, en 12 años el 25 % de la población europea será mahometana. Esa ya es la proporción en Ámsterdam en Holanda, Marsella en Francia y Malmo en Suecia. De acuerdo con la proyección demográfica, a fines del siglo XXI, quienes se identifican con el Islam serán mayoría en el Viejo Continente.
En Europa se les atribuye, especialmente a los de origen árabe, una frágil identidad cívica y un débil arraigo nacional. Según el Pew Research Center, la mitad de los musulmanes en Francia, muchos nacidos allí, aseguran que su lealtad religiosa es más poderosa que a la nación. Otra institución, el British Centre for Social Cohesion, afirma que en Gran Bretaña una tercera parte de los estudiantes desearía un califato.
A numerosos europeos les molestan las mujeres con velo o burka, los guetos, las mezquitas, el antifeminismo, la intolerancia inherentes al Corán y el sordo respaldo al terrorismo islámico. Además, les irrita no poder exhibir su enojo debido a la “corrección política”, en nombre del multiculturalismo.
¿Qué temen millones de europeos? Al creciente peso demográfico de un segmento étnico-cultural ajeno a la tradición y a la historia blanca y cristiana, enemigo de Occidente durante el Medioevo, que acabe imponiendo sus valores retrógrados y su cosmovisión antiliberal.
Cruzo el Atlántico. En el último viaje a Miami me recibe un letrero antihispano: “Latinos no. Tacos no”. El 80% de los 45 millones de hispanos en EE.UU. son mexicanos.
Muchos “anglos” y afroamericanos sospechan de los hispanos. Les preocupa el aumento de este grupo, el uso del español y las costumbres diferentes. Los hispanos en el 2050 serán el segmento étnico mayoritario. Pero el dato más sobrecogedor es otro: en más de 200 ciudades norteamericanas se ha detectado la presencia mafiosa de los carteles mexicanos con sus secuestros y crímenes.
Arizona, por su proximidad a México, es uno de esos campos de batalla. La legislación “antiinmigrantes ilegales” que acaba de aprobar tiene relación con estos hechos violentos, pero el espíritu de la ley (no la letra) es antihispana. Millones de norteamericanos detestan silenciosamente que su país cambie de perfil cultural.
Los dos grandes centros de Occidente, tanto EE.UU. como Europa, perciban que su identidad esté en peligro.
Y a lo mejor están en lo cierto: Occidente está mudando de piel. Parece que es un proceso lento, largo, muy doloroso y permeado por el miedo.