Benjamin Fernández Bogado
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Los creadores del Mercado Común del Sur (Mercosur) tuvieron buenos propósitos, de los que está empedrado el camino al infierno. Pero se han quedado en ello. Hoy el mercado ampliado a Venezuela y próximamente a Bolivia se enfrenta al dilema de la identidad. El intento frustrado de integración económica podría ser hoy calificado de fracaso porque no ha logrado en más de 20 años ninguno de sus propósitos al punto que las disputas comerciales han sido más noticia que los acuerdos.
Como foro resolutivo de conflictos entre países, la deuda es aún mayor. La clara explotación de Brasil y Argentina a sus socios menores: Paraguay y Uruguay ha llevado que estos últimos intenten desenterrar Urupabol como proyecto que dinamice el comercio y amplíe la voz de los socios menores. Venezuela, con sus graves problemas políticos, sociales y económicos, ha dejado de ser atractiva y los sueños de Brasil y Argentina de proveerles de insumos a cambio de moneda de sus ventas petroleras no se han cumplido al punto que en la última cumbre de Caracas Dilma Rousseff propusiera un rápido acuerdo con la Alianza para el Pacífico de la que algunos países miembros afirman ser un Caballo de Troya del “imperialismo americano”. En medio de estas confusiones se van reproduciendo otros foros. Unasur, Celac y otros de iguales propósitos que luchan por imponerse en medio de un terreno donde el enemigo ha dejado de ser EE.UU. y pasa a la pulseada entre México y Brasil por el control regional del subcontinente, mientras las cifras trágicas de ambos países muestran números sorprendentes. Entre ambos, los muertos por la violencia superan anualmente el número de soldados americanos muertos en Vietnam en 8 años de guerra.
América Latina tiene que recuperar la sensatez entre lo que se afirma y se repite como proyecto de integración y avanzar en proyectos puntuales que demuestren -en el corto, mediano y largo plazos- que existe una verdadera voluntad para acabar con las asimetrías y los abusos que plantean varios países del subcontinente que no tienen ningún empacho en caer en flagrantes incoherencias.
Si antes culpábamos al vecino grande del Norte de nuestros fracasos, hoy la carga es absolutamente nuestra. Si se repite el mismo esquema que se condenó por mucho tiempo, no habremos hecho otra cosa que demostrar que entre la retórica integracionista y los hechos que la fundamentan han pasado largos espacios de discursos vitriólicos llenos de politiquería integracionista, muy lejos de los laudables propósitos de los libertadores en cuyo nombre Repúblicas completas han cambiado de denominación y de referencia.
Hay que demandar coherencia y compromiso de los mandatarios. Con alzar para la foto las manos en las cumbres reiteradas lo único cierto que agrandamos es el tamaño de la incoherencia y el desencanto.