¿Buen título, no? Solo falta saber contra quiénes va dirigido. Veamos. Mejor dicho: siguiendo la recomendación de una lectora, veamos la serie ‘Lie to me’ o ‘Miénteme’ que presenta las actividades de un equipo de investigadores que leen los rostros, el lenguaje corporal, algunas formas verbales de expresión, para detectar quién está mintiendo, cómo, por qué.
El punto de partida es que existe un lenguaje universal de la mentira, porque mentirosos somos todos los humanos, del primero al último. Por supuesto que unos son mejores que otros debido a cierto talento natural y al medio donde es cultivado. En uno de los capítulos, cuando se sospecha de la reina del colegio, Cal Lightman, el especialista narigón y desaliñado que protagoniza la serie, cita un estudio sobre la relación entre popularidad estudiantil y habilidad para mentir. Magias del Internet, al oír eso detengo el video y navego hasta dar con el artículo mencionado en la ficción: en efecto, hay un estudio de R. Fieldman, de la Universidad de Massachusets, que prueba esa vinculación.
Porque resulta que a partir de las limitaciones de los clásicos detectores de mentiras -que pueden ser engañados con entrenamiento o ingiriendo un calmante antes de la prueba- se ha desarrollado toda una técnica para detectar las reacciones de las personas: no solo de los acusados en el banquillo sino también de los políticos en la tarima, de los jueces, los publicistas y quien se ponga delante. La interpretación es algo subjetiva y puede conducir a equivocaciones o generalizaciones como aquella de que, respecto de la infidelidad, las mujeres mienten mejor que los hombres. Sin embargo, aunque el mentiroso sea tan bueno como un tahúr de póquer, el ojo del especialista advertirá giros casi imperceptibles de las manos, los hombros, la voz, la reiteración de frases… Me dirán que eso siempre ha existido, que cualquier mamá puede detectar cuándo su hija chiquita le está mintiendo. Correcto, pero a medida que crecemos vamos aprendiendo a mentir mejor como parte del juego social, desde las mentiras útiles (dile que no estoy), pasando por la mentiras piadosas o corteses (como ponderar la mala comida de la abuelita) hasta las mentiras cerdosas o malignas, toda la gama. No solo eso: según los psicoanalistas, para seguir funcionando vivimos engañándonos a nosotros mismos acerca de quiénes somos, qué queremos en la vida o a qué le tememos. Porque ni los individuos ni las familias ni la sociedad en su conjunto resistirían el resplandor enceguecedor de toda la verdad y nada más que la verdad.
Pero en la serie de televisión solo se trata de desenmascarar a quienes intentan ocultar algún error o delito. Ya no es indispensable fisgonear tus mails o intervenir tu celular; a tipos como Cal les basta con verte bien a la cara para pillarte. ¡Ojo!