En memoria de Filoteo Samaniego

Mi padre nos enseñó a querer lo nuestro, fue un apasionado del Ecuador, de su historia, su cultura y su gente. Toda su vida la dedicó a descubrir el país en sus facetas artísticas, literarias y culturales.

Una de sus pasiones fue la Cultura Valdivia a la que dedicó estudios y poemas (la Uña de Dios). Su amada colección de Venus será expuesta al público en la Universidad Internacional del Ecuador.

Igualmente, dedicó gran parte de su vida a estudiar y resaltar la "Escuela Quiteña" en el desarrollo del barroco ecuatoriano y latinoamericano. Era hombre de grandes proyectos, realizó investigaciones monumentales (Columnario Quiteño) y varias publicaciones de arte ecuatoriano.

Uno de los aspectos que más compartimos en familia fue el ansia de descubrir todos los rincones de nuestro Ecuador mágico y pintoresco. No era un turista común, siempre quería ir más lejos y hablar con las personas.

De allí salen varias de sus obras: Un país Verde Junto al Sol, Ecuador Pintoresco, los Cabos Sueltos y su única novela "Sobre Sismos y Miedos" en la que reconstruye la historia familiar en Patate.

En la soledad y silencio de nuestra casa, mi padre trabajaba en sus obras poéticas. Muchos poemarios los ilustraron sus amigos artistas Pilar Bustos, Osvaldo Viteri, Galo Galecio y Oswaldo Muñoz Mariño.

Mi padre fue reconocido en vida por la trayectoria. Uno de los momentos más emotivos fue la entrega del Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo.

Ángel Felicísimo Rojas lo definió como uno de los valores de la creación literaria en el Ecuador y como un promotor de la cultura e identidad nacional.

Como buen humanista, quería descubrir el mundo y empaparse de otras culturas. Siempre se inspiro del espíritu de los grandes viajeros, científicos y artistas europeos que vinieron al Ecuador en el siglo XVIII (Humboldt, La Condamine, Church).

Le gustaba recorrer barrios pintorescos y senderos remotos para entender mejor la cultura y la idiosincrasia de los pueblos. Mi padre era capaz de comunicarse aun en idiomas desconocidos y construir un diálogo con gente diversa.

En Francia se enamoró de la poesía y del arte, primero en las aulas de Science Po y luego como diplomático. En París se familiarizó con Baudelaire, St John Perse, Henry Michaux y otros poetas franceses, así como poetas ecuatorianos que vivieron en París, como Alfredo Gangotena y Gonzalo Escudero. Posteriormente, en Cuba, Líbano, Alemania Democrática y Rumania, fue espectador privilegiado de momentos históricos, guerras, cambios políticos y revoluciones.

En Egipto -su última misión- devoró la obra de Naguib Mahfouz y caminó -como un adolescente- por los senderos de Alejandría, Menfis y Asuán.

Durante su paso por la Universidad Internacional, demostró la ética profesional que guió toda su carrera en los últimos años de su vida.

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