Hace unos días el Presidente declaraba que la sociedad civil es peligrosa. Para preocuparse de lo colectivo están los políticos electos en las urnas, se podía colegir de sus palabras.
El peligro que advertía parecía asociarse a una supuesta acción política sin responsabilidad. Al advertirlo se reducía la política a ganar elecciones y al ejercicio del poder, negando que también existe una dimensión de esa política que se expresa en el interés por lo público, en la participación de los ciudadanos en la vida de la sociedad.
Pocos días pasaron para que esa ‘peligrosa’ sociedad civil nos diera a todos una lección de movilización; miles impulsados por la expresión más pura de solidaridad, de comprensión del dolor y de la gravedad de la situación, se volcaron a ayudar en un momento de crisis en que el Estado se vio claramente desbordado.
Gestos de entrega, desprendimiento y empatía por parte de pobladores, policías, bomberos, militares, funcionarios trabajando hasta la extenuación para ayudar, buscar sobrevivientes, curar a los heridos y auxiliar a quien lo necesitara. Unos pocos seres envilecidos asaltando, robando.
Miles de comerciantes y empresarios realizando contribuciones, vendiendo productos a precio de costo, ofreciendo su contingente.
Unos pocos subiendo los precios, aprovechando de la necesidad, acaparando. Cientos de personas actuando sin esperar reconocimiento o recompensa; los menos estaban allí para ser reconocidos, para ser fotografiados, pensando en los votos, en los réditos políticos, poniendo etiquetas en lo que otros entregaban para ganar notoriedad.
En estos días hemos podido comprobar que, pese a todo, no ha desaparecido nuestra espíritu de solidaridad, que sí somos más los que estamos dispuestos a ayudar, a contribuir; que el Estado y la lógica de la centralización no eliminaron la capacidad de organizarnos y movilizarnos sin la tutela oficial.
Esto no significa negar la necesidad de una acción coordinada, masiva. Es evidente que no alcanzan la solidaridad y la cooperación espontánea en tragedias de esta magnitud, se requieren medidas sostenidas de largo plazo, respuestas que no pueden quedarse en la acción voluntaria, sin desestimar su importancia, reducir la respuesta a lo que el Estado puede hacer es una muestra de ceguera política y de soberbia.
Las contribuciones fijadas por medio de una ley y el incremento de impuestos no son solidarios. Son una imposición que muchos podemos aceptarlos, pero exigimos transparencia, una verdadera austeridad estatal, un auténtico control del gasto y rendición de cuentas, es nuestro derecho: ganar elecciones no elimina a los ciudadanos.
En estos días hemos visto lo mejor y lo peor de las personas comunes y de los políticos, lástima que muchos -especialmente los que están obligados a hacerlo- no entiendan las nuevas circunstancias y sigan sus dogmas, repitiendo el libreto sin importar las consecuencias de ello para las víctimas y la sociedad en su conjunto.