A mediados de los años 60 se realizó un fascinante experimento en una pequeña ciudad de Estados Unidos. A un grupo de niños se les dio una muy buena educación preescolar, mientras que otros no asistieron a ninguna institución preescolar. Ahora que todos tienen más de 40 años, las diferencias entre los dos grupos difícilmente podrían ser más notorias.
Entre 1962 y 1967 se seleccionó a 123 niños afroamericanos de 3 años de edad provenientes de familias pobres de la ciudad de Ypsilanti en Michigan. Por azar se escogió a 58, a los cuales se les pagó una buena guardería por 2 horas diarias durante 2 años. Y en las décadas siguientes se hizo un seguimiento del desempeño escolar, profesional y familiar de todos los participantes.
Las diferencias que se fueron encontrando son sorprendentes. Tan sorprendentes que es difícil entender que asistir a una guardería (o preescolar o prebásica o como se le llame) por un par de horas al día pueda tener un efecto tan enorme en los niños y en su futuro.
El último estudio que se realizó, cuando los niños de antaño cumplieron 40 años, reveló que en los que fueron a la guardería había un porcentaje mucho mayor que se graduó del colegio. La proporción de graduados es especialmente alta en las mujeres donde el 88% de las que fueron a guardería terminaron el colegio, frente al 46% en el resto del grupo.
Una mejor educación significó mejores oportunidades de trabajo para los que fueron a guardería. Y eso se vio reflejado en ingresos significativamente mayores para este grupo, ingresos que eran 36% más altos que el de los que no fueron a la guardería (todo al cumplir 40 años).
Una de las diferencias más grandes está en las cárceles. Aquellos que fueron a un preescolar recibieron mucho menos sentencias de cárcel y, en caso de recibirlas, fueron más cortas. Hasta en la vida personal les va mejor a los que tuvieron la suerte de asistir al preescolar, pues dicen llevarse mejor con sus familias, usar menos píldoras para dormir y consumir menos drogas que el resto de participantes.
La enorme pregunta que surge mirando estas comparaciones es qué aprendieron esos niños en sus guarderías que les hizo más exitosos. La respuesta que dan estudiosos como Lawrence Schweinhart, que ha analizado a fondo la historia de Ypsilanti, es que en esa tierna edad los pequeños adquieren ciertas capacidades básicas para interactuar con el resto del mundo, para relacionarse con otras personas y para controlar su temperamento.
La conclusión ante todo esto es que el gasto más eficiente que se puede hacer en educación es ofrecer a los niños buenas guarderías. Y desgraciadamente en nuestro país eso no se cumple: según el Ministerio de Finanzas, en el año pasado, solo el 0,8% del gasto en educación se fue a la educación preescolar.