Estupendo el más reciente libro escrito por el erudito, literato e historiador, Hernán Rodríguez Castelo, y con el cual llega hasta 112 obras , según lo que revela el prologuista, Juan Cordero, director de la Academia de Historia, nada menos.
Con invicta voluntad de trabajo, Rodríguez Castelo asumió el colosal empeño de componer la historia de la literatura ecuatoriana, desde la época más remota y conforme a una apropiada clasificación de períodos, pero llegado a las dramáticas fases de la lucha por la Independencia política y el lapso inicial de la República, también ha publicado libros dedicados en cada caso, a grandes escritores como Pedro Moncayo, Pedro Fermín Cevallos, Benigno Malo, Vicente Rocafuerte, etc.
Ahora el erudito se las ve con el gran José Mejía Lequerica y sale muy bien librado del compromiso. Examina primero las peripecias y las borrascas de la vida de Mejía; luego se ocupa del desempeño del personaje cuando las Cortes constituyentes de la ciudad de Cádiz y por último reflexiona bajo el título tan oportuno de “una voz para ayer y para hoy”, puesto que, aunque parezca increíble, lo cierto es que las tesis de Mejía tienen precisamente ahora, a la vuelta de dos siglos, la más vibrante actualidad.
La obra de Rodríguez Castelo está ensamblada con rigor y cuidado, de suerte que exige ser leída con atención y parsimonia y, solo en mérito al espacio es admisible elegir uno u otro de los momentos claves en todo el acaecer. Así, después de un sutil estudio en torno de la Retórica al uso, y con Mejía ya actuando dentro de las Cortes de Cádiz en medio de la invasión napoleónica a España y los esfuerzos por levantar un nuevo régimen para todo el Imperio -la Península Ibérica y América-, precisa el autor: “la sesión pública de 15 de octubre de 1810 dijo Mejía el primero de sus grandes discursos, con el que comenzó a construir su liderazgo de la bancada americana y, para asuntos como este, aún del sector peninsular más progresista” de la Convención.
Se había presentado en la sesión de la víspera, el proyecto de libertad de imprenta y al día siguiente el diputado Agustín Argüelles, el más elocuente y prestigioso del sector liberal peninsular, había pronunciado un hermoso discurso en favor de la iniciativa. En el acto se puso de pie para impugnarlo, el eclesiástico Morros, reseña Flores y Caamaño, pero a su vez el americano Mejía, volteriano de pura sangre. Abrió su discurso “con apasionado período en que resume, en alarde de manejo retórico, lo que significa la censura previa”; pasó a la argumentación, con numeración de las razones que la sostenían y remató con ejemplos brotados de personajes históricos.
En torno del mismo tema, Mejía produjo otra obra maestra sobre un asunto de aparente inocencia reglamentaria; fue intenso, apretado, de aplastante argumentación y manejo de los recursos retóricos más simples y fuertes”, puntualiza Rodríguez Castelo.