Julio Cortázar, cuyo sello fue la versatilidad para conciliar el mundo realista con el fantástico, es una de las figuras más valiosas de las letras latinoamericanas contemporáneas. Junto con Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, formó parte de los mosqueteros del “boom” de las letras de nuestra lengua. Su combinación de una literatura cotidiana, basada en la experiencia de la gente y la irrupción del elemento imaginativo e insólito, propuso un cambio en la percepción de la realidad.
Julio Florencio Cortázar (nacido en Bruselas en 1914 y muerto en París en 1984), se educó en la Argentina; fue maestro de escuela en Chivilcoy. En 1951 se casó con Aurora Bernárdez; en París (donde vivió y se nacionalizó francés) fueron traductores de la Unesco.
Julio Cortázar escribió cuentos fantásticos siguiendo la tradición muy arraigada en la literatura argentina, donde destellan los maestros modernos Borges y Bioy Casares. Le dieron ancho prestigio. Entre ellos sobresalen “El perseguidor” y “Las babas del diablo”, llevado al cine por Michelángelo Antonioni con el título de “Blow up”.
Pero hoy corresponde señalar de manera especial su famosa novela ‘Rayuela’ (ha hecho una edición conmemorativa Alfaguara), que ha cumplido cincuenta años. Un libro renovador la obra maestra de Julio Cortázar.
Desde su aparición, en 1963, ha tenido lectores que lo valorado como al ‘Ulises’ de James Joyce por sus audaces búsquedas expresivas y la poesía de su lenguaje.
José Donoso decía sobre ‘Rayuela’ que con ella su autor: “Derribó todos los dogmas literarios de su tiempo”. A propósito de esta novela tan singular, que se ambienta en Buenos Aires y en París y es imposible contar, salvo unas secuencias, hay en ella personajes como La Maga, que siguen intocados por este medio siglo que ha transcurrido. Cortázar decía, y acaso fue su clave, que “la imaginación comporta alegría y no es un hecho lúgubre”.
Es verdad que la buena literatura (lo dice su amigo Gabriel García Márquez) es en gran parte autobiográfica. Cortázar, si bien no estaba totalmente de acuerdo, en cierta medida participaba de este tópico. “Creo tener una capacidad de invención de cosas de tipo fantástico”, decía, “y no estoy demasiado atado a mi persona como apoyo literario, pero es bastante obvio, ahora que miro lo que escribí en perspectiva, que hay una carga autobiográfica considerable”.
También decía que “escribir es hacer un viaje hacia uno mismo”. Y fue lo que hizo este jugador/prestidigitador del lenguaje en “Rayuela”. Con los pies en la Tierra, fue tirando la piedrita número a número, casillero a casillero, hasta llegar al cielo. Y por eso sobrevive, con este libro especial que saludamos con todo entusiasmo.