El Ministerio de Salud dice que ha cumplido con las vacunaciones contra el AH1N1 en el país de acuerdo a lo que establecen organismos internacionales de salud. Es decir, una aplicación gratuita cada año. La última fase se dio en diciembre del 2015.
Lo preocupante es que pese a ese protocolo, en lo que va del año ya se contabilizan 39 personas fallecidas y 338 casos confirmados. Es una muestra de que el combate al AH1N1 debe ir más allá de la vacunación de los grupos vulnerables; niños menores de cinco años, mujeres embarazadas, adultos mayores o personas con algún tipo de enfermedad crónica.
Existe también un componente preventivo importante que tiene que ver con las medidas sanitarias para la población y que deben convertirse en parte de los hábitos de las personas.
Luego del 2013, cuando se dio el último brote en Ecuador, las campañas en los medios de comunicación, las brigadas médicas puerta a puerta, las alertas oportunas, el abordamiento del tema en escuelas y colegios -entre otras medidas que se dieron a escala nacional- permitieron que se atacara este problema de mejor manera.
Pero se bajó la intensidad y dejaron de ser permanentes. Y ahora se ven las consecuencias de no mantener esa política comunicacional de prevención activa. Es verdad que se han registrado otros problemas sanitarios que convocaron la atención de las autoridades de salud, especialmente en el último año.
Es el caso de la expansión del chikungunya, por ejemplo, y recientemente también la atención a los damnificados del terremoto y las medidas preventivas para evitar que se generen epidemias en las zonas devastadas.
Pero en salud pública no se puede reaccionar en función de coyunturas, porque se descuidan otros frentes, como ha ocurrido.
Contar con una estrategia nacional de prevención implica pensar, planificar y activar medidas a corto, mediano y largo plazos.