Es mayo en Madrid y el corazón de la ciudad late a mil; está revuelto, indignado. Con pancartas, con imaginación y con mucho cabreo miles de personas han decidido poner un alto a la impúdica jarana de su clase política. Qué bien, ¿no? (qué envidia, también).
En una tarde de primavera más bien nublada, es casi imposible pasearse por la Puerta del Sol; entre manifestantes, policías y periodistas uno tiene que conformarse con leer de lejos las consignas escritas en cartulinas y pancartas de todos los tamaños. Por ejemplo esta: “Si nosotros vamos a trabajar más de 35 años, vosotros también”.
La frase hace alusión a la ‘graciosa’ prebenda de los políticos que por ejercer cuatro o pocos años más como servidores públicos ya tienen asegurada su pensión, mientras un ciudadano común tiene que rajarse 35 años para obtener lo mismo. ¡Qué tal!
Son este tipo de ‘minucias’ las que el mayo madrileño denuncia y exige que se cambien ya, sin ‘lobbys’ ni burocracias de por medio. Y mientras me paseo con dificultad entre la gente, pienso que esta decepción colectiva ya la he vivido antes… Déjà vu.
¿Quieren otra frase? “No hay pan para tanto chorizo” (chorizo es sinónimo de ladrón; y ladrón no me hagan decirles en sinónimo de qué se ha convertido). ¿Otra? “El mismo que sonríe en la foto no busca tu opinión, solo tu voto”. Una más: “Si luchas puedes perder; si no lo haces ya estás perdido”.
Y aunque todavía sea pronto para pronosticar qué saldrá de esa plaza tomada por miles de personas exigiendo pacíficamente sus derechos, yo creería que no hay que perderles la pista; sea que les vaya bien o que les vaya mal. En cualquier caso podremos aprender.
Por ejemplo, si ellos hubiesen seguido de cerca lo que pasó con los forajidos de abril en el Quito de hace seis años, tendrían clarísimo que no es cuestión de terminar con los partidos actuales (porque eso es abono para caudillos), sino de exigir a los ya existentes y a los que se puedan crear que sean partidos y no clanes ni mafias ni ‘movimientos’ sin beneficio de inventario.
Circundada por la euforia y los cánticos quiero creer que es posible cambiar la forma de hacer política y que no va a pasar lo que ya sé que puede pasar: lo que le advierte con el desencanto pintado en la cara un guardia del metro a una joven que vuelve de la manifestación. Ella le explica la posición y las intenciones de los de la plaza y él le responde: “No te preocupes, ya lo olvidarán cuando lleguen al poder”. Tan triste como posible ¿o ustedes no tienen algún amigo forajido que hoy ejerce el poder con patente de corso?; perdonen el pesimismo.
Y quizá para sacudirse el bajón lo mejor sea quitar la cara larga y dejar que el espíritu del mayo a la madrileña nos contagie, para gritarles a nuestros políticos en la cara: “Si no nos dejan soñar, nosotros no les dejaremos dormir”.