La masificación de las sociedades y la hipertrofia del urbanismo han desbordado todo: espacios, leyes y costumbres. Y han generado un mundo de tensión y desequilibrios.
En las calles el alud humano, la congestión de vehículos, la polución, el ruido, las bocinas de los automotores, la publicidad persecutoria, las reglamentaciones, las advertencias, los avisos, las prohibiciones, las sirenas, las luces rojas agobian al individuo.
El crecimiento de las ciudades abre grandes distancias, impone esperas para la obtención de los servicios, sujeta al ser humano a la tiranía del reloj, separa las familias, debilita los vínculos de amistad y condena al hombre a una soledad implacable en medio de la multitud.
El “lleno” es la característica de las sociedades masificadas. Todos los lugares están abarrotados de gente. Las calles, los medios de transporte, los hoteles, los restaurantes, los teatros, las playas y hasta las antesalas de los médicos: todo está lleno. Se vuelve difícil encontrar un lugar disponible. La cola o la fila para llegar a ellos es la angustiante condición de todas las horas. Lo cual produce una opresión inintencionada de la masa sobre los individuos, que con frecuencia termina por desquiciar su comportamiento y alterar las relaciones humanas.
El estrés se apodera del hombre y frecuentemente, como respuesta ante el entorno hostil, él se concentra sobre sí mismo —en una suerte de autismo— o se torna iracundo y agresivo.
Estos cambios tienen consecuencias políticas e inciden, por supuesto, en la organización social y en las tareas de gobierno.
El populismo es, entre otros, un fenómeno propio de la aglomeración humana en los cinturones de vivienda precaria y en los arrabales de las grandes urbes de los países pobres y del bajísimo nivel cultural de quienes en ellos habitan. El populismo es la expresión política de un fenómeno económico, del que hablaremos en una ocasión posterior. Esos hechiceros del siglo XXI, que son los caudillos populistas, hacen de la política un espectáculo, arremolinan a las masas sin brújula doctrinal ni bandera, les ofrecen el paraíso terrenal a la vuelta de la esquina y con frecuencia les conducen a defender intereses políticos y económicos contrarios a los suyos.
Las Naciones Unidas advierten que, si las cosas siguen como están, en el año 2020 alrededor de 1.400 millones de personas vivirán en esos asentamientos precarios que rodean a las grandes urbes, sin servicios públicos esenciales y con altos índices de violencia y criminalidad.
Especialmente dramática es la situación africana. En los países subsaharianos el 72% de la población urbana vive en las zonas de hacinamiento, donde hay más de tres personas por habitación. El caso de un asentamiento urbano de Harare, capital de Zimbabue, es dramático: 1 300 personas comparten un baño compuesto por seis pozos que hacen de letrinas.