¿Cómo se atreven los correístas a criticar a Lenin, si Correa hizo lo mismo? Llama la atención la desvergüenza con la que Correa y sus seguidores cuestionan las acciones del nuevo gobierno.
Similares acciones no les perturbaron cuando eran parte de su propia estrategia de gobierno.
Ahora bien, si en verdad estamos ante los mismos errores, evidenciar el cinismo de Correa no puede conducirnos a aceptar tales acciones en tanto provienen de otro mandatario.Así, por ejemplo, apoderarse del Consejo de Participación Ciudadana y, en consecuencia, controlar la designación de las más altas autoridades públicas, permitió que Correa acapare todos los poderes y gobierne sin someterse a contrapeso institucional alguno. Produce risa que Correa advierta que a través de la consulta popular Lenin pretende apoderarse de todas las funciones del Estado, pero, más allá del cinismo, ¿nos alcanza con limpiar el poder de funcionarios serviles a Correa, a sabiendas de que los nuevos servirán a Lenin?
Otro ejemplo reciente ocurrió cuando correístas acudieron a la CIDH para denunciar una supuesta persecución política a Jorge Glas. Durante el gobierno de Correa se utilizó el derecho penal para silenciar a todo el que pensara distinto o denunciara actos de corrupción, a lo que se sumó una cruzada para debilitar a la CIDH y aniquilar cualquier esperanza de justicia internacional.
Resulta más que irónico que ahora que no están en el poder acudan a los mismos organismos que procuraron aniquilar mientras lo ostentaron. Pero eso no afecta el derecho que tiene toda persona –correísta o no- de acudir tales mecanismos para denunciar violaciones de derechos humanos (si las hubiera). Haría bien Lenin en abrir sus puertas a la supervisión internacional para despejar cualquier duda.
También hace unos días Correa y sus seguidores protestaron por la decisión del diario público de prescindir de un columnista cuyas opiniones contribuyeron a dibujar la postverdad sobre la revolución ciudadana. En la última década, ese mismo diario y otros medios públicos separaron a innumerables voces críticas para consolidar el estado de propaganda, sin que algún correísta proteste. Pero no por ello debemos dejar de exigir que el diario público sea verdaderamente plural y no únicamente gobiernista. Confío en que la inclusión de nuevas voces en los medios públicos reflejará la diversidad de tendencias políticas de nuestra democracia; si ello no ocurre, alzaré mi voz junto a la de correístas.
Los derechos humanos no pueden ser nuestra bandera de lucha mientras los irrespete Correa y pasar de moda con el cambio de gobierno. El cinismo de los correístas no puede volvernos miopes frente a posibles excesos del nuevo gobierno. Los elementos escenciales de una democracia no son parte de la tregua.