En el año 2009, la Encíclica “Caritas in Veritate” llamaba la atención sobre la responsabilidad de la Iglesia para con el conjunto de la creación y la necesidad de su defensa pública. Las palabras del Papa iban dirigidas no sólo a los católicos sino a todo hombre y mujer de buena voluntad. En dicho documento se proponía una auténtica “ecología del hombre”. Y es que es imposible separar el bien de la humanidad del cuidado del medioambiente y la biodiversidad. Hoy, en medio del boom extractivista que se nos viene encima, lo que está en juego es nuestra capacidad moral. No siempre los planteamientos éticos brillan en medio de nuestras preocupaciones económicas y políticas.
Sería una ingenuidad pensar que podemos hacer algo a favor del medioambiente, de un mundo ecológico y autosustentable, sin reorientar los modelos económicos, sin inclusión y justicia medioambiental. Dudo que los que aprueban la Ley de Minería a la carrera sean los que inviertan las actuales dinámicas de depredación y degradación que asolan el planeta y nuestro propio medio ecuatoriano. Para poder trabajar a favor del medioambiente se necesitan soluciones técnicas y medidas políticas, reformar los hábitos mentales y realizar una intensa alfabetización ecológica, al tiempo que una mejor y justa redistribución de la riqueza. En esta tarea, el diálogo y la interacción de todos los actores sociales es indispensable. Y, con el diálogo social, la educación desde la escuela.
Es triste, pero la tendencia dominante no va a favor de un diálogo razonable y purificador. Hacer leyes de medianoche, introducir cambios no debatidos, inventar conceptos legales de dudosa calidad jurídica, pretendiendo justificar lo injustificable, no es democrático ni saludable. Si lo ocurrido con la Ley de Comunicación marca la pauta del determinismo político, ¿qué podemos esperar en la aprobación de futuras leyes, incluida la de Minería? En política, lo justo no es imponer sino consensuar.
En el tema que nos ocupa, estoy de acuerdo con que el país no puede vivir de espaldas a sus riquezas… Pero, en la coyuntura, la pobreza de nuestro pueblo necesitado no nos impide preguntarnos por la gravedad de los procesos desencadenados con la Ley de Minería. Pensar que, aprobada la Ley, ya todo está solucionado sería un despropósito. Incluso las leyes más perfectas saltan hechas añicos ante la codicia humana. La Asamblea, las comunidades, los GAD, las instituciones sociales, las universidades,… deben de ejercer una real fiscalización de las políticas mineras, de los procesos extractivos, de los estándares de calidad, así como de las consecuencias medioambientales de la megaminería.
Les recuerdo a Gandhi, que amó a Dios sobre todas las cosas, pero supo descubrirlo presente y actuante en el hombre, en la tierra, en la libertad: “El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para satisfacer la avaricia de alguno”.