Marketing político y ‘kool-aid’

No es intelectualmente difícil el señalar las distintas falencias de la democracia como un método ideal para la legitimación del uso de poder. Desde la publicación de la famosísima obra ‘De la democracia en América’, de De Tocqueville, no es un secreto que el sistema puede tener tremendos vicios instalados. Pero lo fascinante es como el tiempo ‘normaliza’ estos vicios en las mentes de los ciudadanos. En la democracia cada ciudadano otorga un mandato de representación a través del voto, identificándose con un líder. Se entiende que en ese sistema lleguen al poder los líderes cuyos ideales sean los más populares entre el electorado.

Eso sería lo lógico; pero el sistema no se protegió suficientemente contra individuos que deformarían su ideología personal para adaptarle a los gustos colectivos, con el único objetivo de alcanzar el poder.

Pocos meses antes de ser electo, el presidente español Rajoy decía que no realizaría cortes en salud ni educación, que no facilitaría el despido para ajustar el desempleo y que jamás gastaría un euro para salvar un banco. Pocos meses después hizo exactamente esas acciones sin despeinarse un solo mechón. ¿Dónde quedó la voluntad democrática española?

El marketing político ha inundado la democracia, al punto donde las elecciones son un ejemplo paradigmático de lo que Mario Vargas Llosa describe en su ensayo ‘La civilización del espectáculo’, puro marketing.

La muestra más risible, por ser la más descarada, la vimos estos días en la Convención Nacional Republicana. Durante una semana de fiesta, el partido republicano estadounidense presentó su candidato para las próximas elecciones, su evento más importante del año. Pero en este no estuvo George Bush, ni Dick Cheney, su vicepresidente; ni Colin Powell, su secretario de Estado; ni Donald Rumsfeld, su secretario de Defensa; ni Karl Rove, su consejero; ni Sarah Palin, la última candidata a la vicepresidencia.

No se trata en absoluto de una ruptura interna del partido, sino que por marketing electoral no se quiere evocar a figuras poco populares. ¡Pero Bush y sus secuaces estuvieron en el poder durante ocho años! ¿Cómo puede, de un zarpazo, esperarse que la gente olvide la administración que estaba en el cargo hace apenas tres años?

Y todo el mundo sabe que esas ausencias son una estrategia de venta; pero pocos parecen escandalizarse. En la civilización del espectáculo los individuos esperan que le embellezcan todos los productos que consumirá; pero luego se sorprenden cuando los políticos se desapegan de la voluntad popular.

En 1978, 914 miembros del Templo del Pueblo se suicidaron colectivamente envenenando con cianuro una bebida ícono del marketing, el ‘kool-aid’; no muy distinto a lo que hacemos ahora con la democracia.

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