Con Cromwell, Jefferson o Robespierre no se hablaba de izquierdas o derechas. Estas palabras fueron engendradas en las raíces de las revueltas burguesas porque las hicieron posibles. Pero existieron en épocas precedentes.
Émile Durkheim cree que en las sociedades primigenias ya había estas posiciones aunque en estado embrionario. Los seres humanos, desde los albores de su condición acataron o no lo establecido, se acomodaron al statu quo o renegaron de él. La división del trabajo fecundó la lucha de clases, pero en su contexto hubo quienes (completamente al margen de la clase a la que pertenecían), se mostraron de acuerdo al mismo y otros que lo combatían.
En varias edades estos cauces mostraron un fuerte cariz político: la Atenas de los déspotas y la democracia. En otras se expresaron abiertamente religiosas: los visionarios hebreos o las congregaciones heréticas medievales. Eclosiones culturales: el humanismo renacentista, el racionalismo enciclopédico, o, por fin, corrientes nacionalistas: los unificadores alemanes o los anticolonialistas del llamado Tercer Mundo. En el ámbito político, individuos, movimientos o partidos que lucharon contra el sistema fueron el germen de las ‘izquierdas’.
Categorías que un tiempo aparecen progresistas, en otro retrógradas o conservadoras. El capitalismo era progresivo en el siglo dieciocho, hoy ostenta una vertebración conservadora. Esta es una lección irrecusable que deberíamos haberla asimilado hace tiempo: no juzgar el pasado con las medidas del presente ni a otros países con la visión del nuestro. Bajo este postulado resultan patéticos, eslóganes como ‘el viejo país y el nuevo país’, o ‘somos más’, y diminutos ‘los de siempre’ u otras futilezas. Quienes los pregonan mienten y fingen peor que sus antecesores, confunden a sus pueblos con burbujas publicitarias, o, hartos de tanto de poder, se les da por acumular diplomas fruto de arduos cabildeos y dádivas, arrasando la riqueza natural de los países.
¿Dónde está la izquierda? Quizás siempre estuvo en el contrapoder, cualquiera que este fuere, como lo recordó un lúcido escritor hace poco en este Diario. Jamás puede estar en el gobierno de un autócrata que azota a su pueblo amenazándolo con represar un proyecto habitacional por haber votado en contra de su delirante poderío, o en los rifirrafes de una lideresa que se despide de su trono con una performance de ínfima calidad. Casos dignos de la Historia de estupidez humana de Paúl Tabori.
¿Dónde está la izquierda? ¿En acceder al poder, refocilarse en él, labrar su impunidad y elegir sucesor a uno de sus devotos para que cuide su repliegue –anodinas peroratas, adefesiosas poses egolátricas, monumental despilfarro en un proyecto pasadista? Recordemos a Lissagaray: “El que ofreciera al pueblo falsas leyendas revolucionarias y el que lo divirtiera con canciones, será tan criminal como el geógrafo que trazara mapas embusteros para los navegantes”.