Mirando el documental de Kusturica piensas ¡qué canto al populismo! Deberían estudiarlo en la Flacso, no tiene desperdicio. De entrada, recuerdas las desaforadas películas del serbio: ‘Underground’ y ‘Gato negro, gato blanco’, esa música frenética, su gusto por lo excesivo, lo vulgar, lo grotesco, ese mundo en descomposición. Y entiendes la atracción que le produjo un personaje como Maradona.
Luego te dices que este dios de lodo tenía que ser argentino, claro. Argentina es un gran fabricante de mitos universales: Gardel, Evita, Che Guevara, Borges, y por supuesto Maradona. No Messi porque es un chico bueno que se divierte como un niño. Y no se trata de eso: para convertirse en mito hay que tener demonios en el alma, ambiciones desmedidas, odios, deseos de revancha, megalomanía, hay que “cacarse en la tapa del piano”, como decía mi tía, dentro y fuera de la cancha. Así, Diego cuenta a Kusturica que cuando metió el gol con la mano brincó de felicidad porque “era como robarle la cartera a un inglés”. (Ya lo dijo Abdalá: “Votar por mí es como rayar un Mercedes con un tillo”).
El pensamiento político del astro es rudimentario: los Estados Unidos son malos, Fidel Castro es bueno. No quiso ser político porque no quería robar a la gente, pero en la concentración de Mar del Plata contra Bush (2005) deja que el politiquísimo Chávez los maneje, a él y a Evo, como cachorros. Sin embargo, hay que rescatar en Maradona la rebeldía. “No me sale quedar bien”, “era más fácil dejar tranquilo a EE.UU.”. Y el fútbol es una prolongación de su guerra personal. Con el modesto Nápoles fueron a Turín y le metieron 6 goles a la Juve “de la Fiat”.
Nadie como él defendió la camiseta argentina, echándose el equipo al hombro hasta que ganó un Mundial y se convirtió en dios, con culto y todo. Kusturica se deleita filmando a la iglesia maradoniana con los rituales católicos degradados a lo más guachafo. “Si yo fuera Maradona/ viviría como él”, cantan los marginales. Elé la clave: que ese venido de abajo nos de viviendo la vida, haga lo que no nos atrevemos y se esnife toda la coca del mundo. A los dioses se les perdona todo, incluso la autodestrucción. La cocaína lo llevó de escándalo en escándalo hasta el borde de la muerte. “Estuve muerto -cuenta-, veía unos coágulos, no oía a mi hija, pero el de arriba me dijo: andá seguí peleando”.
Tiene méritos este atorrante que ha resucitado de la droga, de la obesidad, del desprecio. Como entrenador de la selección quiso eternizarse en Messi: quería que fuera el Hijo de Dios. Falló. Le resbala. A la prensa que criticaba su conducción dijo que se la chuparan. Un escritor aclaró después: pero si se la han estado chupando 20 años. ¡Salve, Diego populista!