Platónicamente, el patriarca de García Márquez, viejo de todos los tiempos, después del ciclón “proclamó una nueva amnistía para los presos políticos y autorizó el regreso de todos los desterrados, salvo los hombres de letras, por supuesto, esos nunca, dijo, tienen fiebre en los cañones como los gallos finos cuando están emplumando de modo que no sirven para nada sino cuando sirven para algo, dijo, son peores que los políticos, peores que los curas, imagínense, pero que vengan los demás sin distinción de color para que la reconstrucción de la patria sea una empresa de todos, para que nadie se quedara sin comprobar que él era otra vez el dueño de todo su poder…
La reconstrucción de la patria… ¿Acaso estuvo construida alguna vez?
Que los poetas no vengan, que se queden fuera de los muros, pedía Platón; porque la mirada que reemplaza la verdad de la vida por la imagen, y aspira a que ver sea huir de la realidad; la mirada del mundo que trasciende su evidencia para mostrarnos ilusiones de imposible realización traiciona el mundo y la mirada, y seduce el alma de los ciudadanos.
Mas aunque ‘vemos en sombra’ y el mundo que creemos ver es sombra, el mismo filósofo, al acudir al diálogo socrático para acercar su verdad a la vida, demostró que la claridad y reconciliación posibles radican en el poder de la palabra. La palabra reconcilia las sombras y les permite dejar de ser, en un lento e indiscutible acceso a las formas de la luz. Y Platón fue, él mismo, un profundo poeta.La palabra que muestra el mundo en su esplendor y también en su tristeza y opacidad; la que transmite el ser de lo real invadido por la nostalgia de lo que debe ser; la que ofrece un mirar más allá de lo inmediato y más allá de la imagen; la que capta y expresa, mediante la intuición, lo que atraviesa lo real y lo trasciende, y descubre un sentido distinto al de la mera presencia, permitiéndonos imaginar lo que está, sin estar, es la poesía.
Las dictaduras en nuestra América conocieron la subversión gracias a los poetas que murieron por proteger su rebelión.
Un comentario de Julio Pazos que me dará razón: poético, a pesar de su llaneza:
Cuando le preguntan si su poesía es un intento por representar los aspectos de la vida íntima popular a partir de temas cotidianos como los oficios, los ritos funerarios, los alimentos, y le recuerdan una opinión suya que pretendía que ‘la alimentación es parte de la transformación del ser humano’ él contesta que la zona de Bayushig, un pueblo del Chimborazo, es famosa por la producción de las bellísimos manzanas Emilias, que “no provienen de Ecuador. Un señor de Píllaro llamado Víctor Emilio Terán, (por eso se llaman ‘Emilias’), trajo de Francia una variedad de semilla que sembró y se produjo esta maravilla de manzana. Yo observaba un día -sigue él- los huertos de manzanos, y me llamó la atención que ahí, en ese monte, estuviera el cementerio de la localidad”. El poeta no tuvo que esforzarse para comprender que las manzanas eran espléndidas ‘por la absorción de los componentes de los cuerpos humanos’.
¿Expulsaría Platón de su república al escritor, por este reconocimiento?
Susana C. de Espinosa / scordero@elcomercio.org