A más de las urgentes acciones que se requieren para poner orden en la economía y trazar los lineamientos básicos para alcanzar la reinstitucionalización del país, a quien resulte electo en el ‘ballotage’ de abril le espera una faena descomunal: volver a crear armonía entre los habitantes del país y superar esa división superficial que, con fines de cosechar adhesiones a las políticas del gobierno, se impulsó en esta última década desde las más altas esferas del poder. Se ha ejercitado un discurso provocador, maniqueo, que ha pretendido calificar de buenos a todos aquellos que han comulgado con las tesis oficiales y satanizar a los que opinen de manera diferente. Pero no sólo eso, se ha maltratado en forma contundente y permanente a representantes de organizaciones no alineadas con el oficialismo, a segmentos poblacionales como los sectores medios que, quizás porque una gran mayoría que proviene de ellos se han caracterizado por haber ejercido una actitud crítica ante muchas de las acciones del régimen, han sido caricaturizados con los más grotescos epítetos que de manera increíble provienen precisamente de los que están llamados a guardar compostura y un mínimo de equilibrio emocional, por las altas dignidades que ostentan.
En esta época se ha visto de todo. Se ha registrado que se increpa a ciudadanos de a pie por un gesto o una palabra que no es del agrado del poder. Se buscó imponer sanciones pecuniarias, sin duda desproporcionadas, a periodistas que si bien en algún caso se expresaban en términos duros, no ameritaba semejante reacción, salvo si se tiene en cuenta que aquello lo que pretendía era enviar un mensaje inequívoco de lo que podían esperar quienes, en algún momento, se atreviesen a incomodar al régimen.
El ambiente se ha vuelto tenso, pesado, hasta llegar a un momento de crispación en que, más allá el resultado electoral venidero, se puede afirmar que existe una división absoluta en el país. Si la justa electoral se define por un escaso margen, asunto que está dentro de las probabilidades y si no se envían los mensajes apropiados, la gobernabilidad será una tarea delicada de construir y de mantener, elemento substancial que tiene que ser el escenario de fondo requerido para ejercitar con legitimidad cualquier acción de gobierno.
Los intereses que se hallan en juego conducen a que el nivel de contradicciones aumente, los enfrentamientos verbales sean más frecuentes y que las agresiones mutuas se hallen al orden del día. La ira y la frustración de no obtener los resultados deseados ofuscan algunas mentes, haciéndolas reaccionar de manera visceral e inapropiada. En vez de discutir tesis enfrascarse en discusiones y disputas callejeras no es lo más apropiado, peor invocar horas después a que los adherentes contesten, se entiende que no de una manera cortés, a los que reclaman o disienten. Esa escalada verbal tiene que terminar; y, precisamente son las autoridades las que tienen que predicar con el ejemplo. Continuar por esa ruta será desastroso.