La historia nos enseña que los gobiernos autoritarios acumulan poderes con el pretexto de cumplir sus programas y “servir al pueblo”. Lamentablemente, las primeras víctimas son las libertades públicas y los derechos ciudadanos. Para tales regímenes es esencial controlar a la sociedad, lo que buscan mediante la manipulación de la política.
Chomsky, una de las mentes contemporáneas más lúcidas, señala que para ejecutar esa estrategia, los gobiernos procuran “distraer” a la ciudadanía inundándola con noticias e informaciones insignificantes, lo que evita el examen sustantivo de los temas. Esta acción se complementa con otra que se define como “crear problemas y ofrecer soluciones”. Si una sociedad está azotada por la inseguridad, por ejemplo, se propicia que el pueblo demande medidas urgentes, ante lo cual reacciona el poder y adopta decisiones que, usualmente, afectan a la libertad. Si surgen protestas ante dictados que el pueblo considera inaceptables, se opta por el camino de la gradualidad, es decir se modifican no las medidas sino su ritmo de aplicación. En otros casos, se califica a ciertas decisiones como humanamente dolorosas pero inevitables, en función de un bien superior, y se opta por actuar dentro de un “estado de necesidad”.
Los regímenes autoritarios adoptan un tono paternal para dirigirse al pueblo, con lo que consiguen tocar su alma sensible. Al mismo tiempo, le tratan como si estuviera constituido por “criaturas de poca edad” a las que se les invita, no a realizar un análisis racional y crítico, sino a aceptar la legitimidad de los poderes de quien salió victorioso en una elección democrática. Así se fomentan temores y deseos y se inducen comportamientos. Usan la confrontación como un arma poderosa para explotar los sentimientos y dejar de lado a la razón.
La manipulación acude al recurso de mantener al público en la ignorancia de lo sustantivo y se le induce a aceptar la mediocridad. Se ponen así de moda los símbolos, los vestuarios, el lenguaje vulgar, el insulto y la ofensa generalizadora, a los que se los presenta como una expresión del “alma sencilla del pueblo”.
Finalmente, se opta por hacer creer al individuo que él es el único responsable de su propia tragedia, lo que adormece el sentimiento de rebeldía e induce a la depresión, el inmovilismo y el deseo de dejar todo en manos del líder que conoce lo que el pueblo no conoce, que tiene la voluntad de la que el pueblo carece, que comprende y sabe cómo conducir al pueblo hacia la conquista de la felicidad o sumak kawsai.
A esto ha denominado Chomsky la “estrategia de la manipulación”, que él -en su calidad de académico, filósofo, político y hombre de inteligencia privilegiada- considera aplicable en todo el mundo.
¿No hay también en esto una descripción de nuestro sufrido Ecuador?