Que el toro de lidia desaparecería de la faz de la tierra si no existiesen las corridas de toros es categórico. Sobre eso no se reflexiona suficientemente.
A propósito de una pregunta inconsulta que se arropa entre tantos temas sobre la muerte de animales en espectáculos públicos “por una simple diversión” como se introduce ligeramente en el texto presentado a consideración de la Corte Constitucional, habría que decir varias cosas.
Primero que las corridas de toros no son un espectáculo de “simple diversión”. Constituyen un arte en movimiento donde la muerte juega su rol y que han significado una manifestación de sincretismo cultural esencial en la contextura de nuestro continente con especial raigambre en el mestizaje del que somos expresión.
Hace algunos años un miembro del alto gobierno me recomendó con especial vehemencia la lectura de El Espejo Enterrado de Carlos Fuentes donde el gran escritor mexicano hace una apología del rito del toro en América morena.
Muchos intelectuales de gran talla han sido partidarios de las corridas de toros. Nombremos al gran Francisco de Goya y Lucientes o a Pablo Picasso, aquel que dijo que “los toros son ángeles con cuernos”. Para citar a pintores de renombre, varios excelentes artistas plásticos ecuatorianos han sido seguidores de las corridas y algunos las han plasmado en sus obras. Oswaldo Viteri, Nelson Román y Jaime Zapata, Washington Iza, Aníbal Villacís, José Unda y Washington Mosquera o los desaparecidos Oswaldo Guayasamín, Ramiro Jácome y Pedro Niaupari( perdón por cualquier omisión), fueron espectadores habituales y aficionados a la fiesta brava.
Es una pena que ni uno de los muchos aficionados que militan en Alianza País y es parte del Régimen no haya podido explicar ni convencer al Presidente que esta no es una fiesta de pelucones (que también van a los toros) sino una tradición metida en el alma de los quiteños y de hondas raíces populares en varias localidades del país. Si esto no es argumento suficiente acaso hubiese bastado con mostrarle la fotografía del ‘Che’ Guevara en una barrera de la plaza Las Ventas de Madrid a la que dichoso acude con frecuencia Gabrial García Márquez, el Premio Nobel de Literatura. Y para mostrar la condición universal de la fiesta más allá de ideologías y prejuicios hay que recordar que otro escritor, Mario Vargas LLosa llevó a la reciente premiación de la Academia Sueca una montera del emblemático artista Curro Romero.
Hay toreros chinos y gringos, La Habana contó con 10 plazas de toros simultáneas a principios del siglo XX y se han celebrado espectáculos en el Lejano Oriente y en algún país de la ex Unión Soviética. El rito del toro, el mitológico dios Tauro, cruento pero único es un patrimonio de varios países de la América hispana.
Hoy se libra un debate que tiene que ver con la libertad de elegir.