El Alcalde de Guayaquil ha merecido severas críticas por sus ofensas de palabra y ademanes de agresión física a un cuestionado juez, hace pocos días, durante su comparecencia dentro de un juicio incoado por ex trabajadores de Ecapag contra la Municipalidad porteña, a la que exigen el pago de una multimillonaria indemnización.
Plausible la pasión del Burgomaestre en defensa permanente de los intereses de esa metrópoli, a la que ha transformado positivamente durante su administración, lo cual es reconocido por propios y extraños, pero repudiables sus excesos, su irrespeto a un magistrado en ejercicio de sus funciones, quien también tiene parte de culpa del incidente, por su beligerancia y falta de tino en la conducción de la audiencia. Lamentablemente el máximo personero del Municipio guayaco es reincidente en sus manifestaciones de irascibilidad.
Otro caso reprochable es el protagonizado por el Secretario Jurídico de la Presidencia, otrora cercano colaborador y diligente defensor del histórico líder socialcristiano cuando era Alcalde de Guayaquil, “durante la oscura noche neoliberal”, de la que tanto despotrica el actual Gobierno, del cual ahora forma parte y es adalid.
Ya casi pasan desapercibidos, por rutinarios, los denuestos que lanza el Presidente, especialmente en sus cantaletas sabáticas, contra todo aquel que no comparte o no se somete a sus designios, de preferencia contra los sicarios de tinta, mediocres y “corructos”.
Intentó desfigurar y ridiculizar el dolor de una niña que se desató en llanto al despedirse y recibir la bendición de su padre, el coronel Carrión, ex director del Hospital de la Policía, cuando era conducido a la prisión, como secuela de la rebelión del 30 de septiembre del año pasado, a la que se pretende transformar, con sofismas, en golpe de Estado.
Ha causado indignación, rechazo, la aseveración del abogado de la Presidencia de que solo es teatro la conmovedora reacción de la mencionada niña.
Hasta qué punto llega la sinrazón, probablemente con el afán de hacer méritos ante el jefe de turno.
Estos y otros casos criticables constituyen muy malos ejemplos para la sociedad, en especial para la juventud, con mayor razón porque provienen de las más altas autoridades, obligadas a comportarse con ponderación y respeto a los demás.
Estimulan esa atmósfera de agresividad que impera en muchas actividades del diario vivir.
Como contraparte, el vicepresidente de la República, Lenin Moreno se halla empeñado en procurar la alegría, la armonía, el respeto a todos, elementos necesarios para el bienestar colectivo y el progreso.
Esta feliz iniciativa merece la participación, el apoyo de todos, al margen de banderías y cálculos políticos y miramientos de todo orden.