Tenía que llegar el día en que contaría estas cosas, decía en la presentación de su libro ‘Las maletas del viajero’ el Nobel de Literatura José Saramago.
Siempre que un gran escritor entra en materia y en géneros periodísticos lo hace tan bien que resulta difícil no volverse dependiente de las palabras, en este caso son crónicas y experiencias profundas del gran portugués de las letras.
Cómo olvidar, por ejemplo, las ‘Crónicas y reportajes’ de García Márquez, especialmente por la narración de un tema tan cotidiano como la matiné en el cine.
Cómo olvidar ‘El pez en el agua’ de Vargas Llosa, esa magnífica autobiografía combinada con su mala experiencia política en un país que prefirió el populismo de un personaje tan siniestro.
Veamos un par de párrafos narrados por Saramago: “Llega al fin el café. Es el mejor momento de la comida, aquel en el que se alza la cabeza para mirar lo que nos rodea.
Allí era pésimo lo que había que ver: una decoración extravagante cargada de luminarias coloridas, de azulejos y mosaicos con motivos de tapicería rica, techos forrados de láminas de corcho y, en ampulosos maceteros, plantas de plástico, eternas, sin olor y abominables”.
Cuánta razón tiene el escritor, el café con su aroma son capaces de hacernos levantar la cabeza.
Otro párrafo, simplemente genial: “El camarero me tiende el platillo con la cuenta hipócritamente doblada. ¿Por qué doblarán la cuenta? ¿Por qué será que lo falsificamos todo? ¿Eh? ¡Ah, las onomatopeyas!
Pago, me levanto y dejo unas monedas, también hipócritas. Paso al lado de las mujeres, tres parcas maléficas, tres veces tres veces tres, nueves fuera. ¿Por qué doblan la cuenta? ¿Por qué la doblan? ¿Por qué se doblan las personas?”.
En este libro el escritor portugués se sale de su clásica forma de narrar y entra en lo cotidiano, en eso que vivimos todos los días sin darnos cuenta o sin aterrizarlo de manera concreta.
La experiencia de ir solo a un restaurante es genial, al no tener con quién conversar Saramago se dedica a observar a su alrededor, a describir escenas o atender conversaciones ajenas, son los personajes errados según el escritor.
Un restaurante de Lisboa, aunque puede ser de Quito o de Bogotá. Al que iba Saramago en la capital portuguesa era uno de esos lugares de la ciudad más capaces de proporcionar un suculento análisis sociológico.
Al trasladarnos a nuestra realidad actual, con una tecnología sin límites, será muy difícil que podamos vivir una experiencia como la del portugués, que miremos a nuestro alrededor, incluso estando solos.
¿Solos? Si siempre nos acompaña la tecnología, llegamos al restaurante y lo primero que preguntamos al mesero es si en el local hay ‘wifi’, cuál es la seña y cuál la contraseña, nos metemos en el mundo ilimitado de la comunicación.
Comemos mientras respondemos un tuit y al primer trino o sonido del aparato dejamos de comer para abrir los mensajes como si fueran urgentes.