En principio, no hay malas palabras sino palabras mal usadas. Pero ¿quién dicta realmente su buen uso: la Academia, el poder, la calle, la familia? Muchas veces la línea entre decencia y obscenidad, así como entre erotismo y pornografía, solo está trazada en la cabeza morbosa del censor, razón por la cual es tan subjetivo delimitar esos campos semánticos.
Digo esto pues un par lectores me ha pedido que precise el significado de Pussy Riot, nombre al que, en mi artículo anterior, consideraba una declaración de guerra al sistema ruso, machista y ortodoxo. Si en la revista Semana lo traducen como ‘revuelta de la vagina’, prefiero la otra acepción de ‘riot’ que es disturbio, pero por ahí va la cosa. Ampliando el tema, anota la revista que una representante de apellido Brown usó la palabra “vagina” en un debate sobre aborto en el capitolio de Michigan y fue censurada. ¡Ah, la hipocresía puritana! Mucho más me sorprende que en series populares de televisión como Weeds (que significa marihuana, producto que vende la protagonista) o Californication (que juega con fornicación en California) se aborde la sexualidad y la fumada con una frescura despampanante.
Acá, recuerdo que a fines de los años 60 el profesor colegial de biología me echó de clase porque dije “la próstata” a propósito del cuerpo humano. Le expliqué que yo vivía con tres tíos abuelos que en el almuerzo hablaban de la operación de la próstata como hablar del cambio de clima. No hubo caso pues dizque había ofendido el oído de las compañeras. Meses después un amigo me contó que había encontrado al profesor en un cabaré. Me habría gustado grabar su diálogo con la respectiva…¿mesalina?
Algo mejoró el clima con los vientos de la modernidad. Y los escándalos. En los años 90 escribí que el gran mérito de Lorena Bobbit era haber introducido la palabra “pene” en el periodismo criollo, que durante meses lo manejó con la misma naturalidad que si se tratara de un dedo amputado por la impulsiva compatriota, quien fue recibida en Palacio por Abdalá como si hubiera realizado una gran hazaña antiimperialista.
Luego llegaría una obra de teatro cuyo nombre reducía a las protagonistas del sexo femenino a eso, al sexo femenino, aunque abarcaba mucho más; me refiero a ‘Monólogos de la vagina’, que tuvo mucho éxito y generó una réplica humorística: ‘Monólogos del pene’.
No hay aquí nada de vulgaridad. El humor, la ciencia, los medios de comunicación y, sobre todo, el habla de la calle, van rompiendo moldes y prejuicios y hacen avanzar a la lengua codificada. De modo que está bien que llamemos al pan, pan; al pene, pene: y a la hierba, marihuana.
Pero aún falta recorrer un buen trecho para usar en la página editorial una traducción más exacta de ‘pussy’, término del ‘slang’ gringo que aquí empezaría con ch.