Malala volvió a primera plana como candidata al Premio Nobel de la Paz que, esperemos, ganará en otra ocasión. Pensar en esta extraordinaria joven me llevó a reflexionar acerca del activismo social, que ella tan genuinamente encarna.
Este consiste en hacer algo para lograr un objetivo social. Algo físico, como lo que hacen los jóvenes que van al campo y construyen viviendas para familias de escasos recursos, o algo intelectual, como una campaña a favor de que se acepten ideas rechazadas por las ortodoxias dominantes. Ese activismo puede, además, venir acompañado de actitudes: la de tratar de imponer, o la de llevar a la reflexión. Los misioneros que primero propagaron el cristianismo son ejemplos de activismo intelectual, a veces impositivo, y otras persuasivo. La cruzada de Malala a favor de la educación de niños en todo lugar es ejemplo del activismo intelectual que busca persuadir.
¿Qué lo impulsa, o impide? Primero, el sentido de urgencia que se asigna al objetivo. Esa urgencia suele recién nacer de una dura experiencia propia, la cual vuelve imperativo un cambio que antes era talvez deseable, pero no era urgente. La propia Malala ha contado que comenzó a valorar en altísimo grado la educación por la que ahora busca movilizar al mundo cuando el talibán trató de impedir que ella y sus amigas asistan a la escuela. Pero el sentido de urgencia podría nacer de la reflexión, no de la frustración. Si en vez de aceptarlas, reexaminásemos muchas realidades, podríamos concluir que son inaceptables, y evitar la irresponsable comodidad de no hacer nada para cambiarlas.
Segundo, incide la creencia de que uno puede, o no, hacer una diferencia. Es indigno menospreciarnos con la deprimente idea de que “No puedo hacer ninguna diferencia”. La acción de cada uno de nosotros puede hacer mucha, dentro de los límites de nuestras respectivas influencias, con nuestra pareja, en la familia, en el barrio, en el grupo de amigos, en la comunidad, hasta en la comunidad mundial. Y a medida que sumemos las acciones de más y más de nosotros a favor de cambios urgentes, haremos mucha más diferencia que la que puede hacer la acción exclusiva del poder.
Porque cabe preguntar: ¿Podrá el poder lograr, imponiéndose, que nos respetemos mutuamente? ¿Que eliminemos la violencia en las familias? ¿Que manejemos mejor la ira? ¿Que curemos las heridas que hemos causado al no haber sabido manejarla? Me es evidente que no. El poder no podrá lograr nada de eso. Solo nosotros mismos podemos lograrlo.
Dedicados a construir sociedades civiles vigorosas, que no dependan del poder para la solución de todos nuestros problemas, podemos ser fieles al luminoso activismo de Malala a favor de seres libres de ataduras y de abusos.