Gustav Mahler, como lo registró alguna vez Sibelius, creía que la sinfonía debe ser como el mundo, “debe abarcarlo todo” y así lo dejó plasmado en las nueve sinfonías que compuso, más una décima que dejó inconclusa.
El 18 de mayo se cumplieron 100 años de la muerte de este músico que alguna vez dijo “mi tiempo llegará”, pero que no lo pudo verificar porque primero sobrevino su muerte. Según consta en los registros de los escenarios europeos, Mahler superó a Beethoven en las preferencias de los directores que, en la actualidad, consideran que su música está más vigente que nunca.
El periodista español, Jesús Ruiz Mantilla, autor del libro Preludio y de una autobiografía denominada Gordo, donde narra su tedioso tratamiento para adelgazar, cita algunos trozos de un ensayo crítico escrito por el británico Norman Lebrecht titulado ¿Por qué Mahler? Y responde: porque dijo sus verdades alejado de eufemismos, fue irónico en su sensibilidad y en su juego de sonoridades. Porque describió el desorden del mundo, porque ha influido de manera absoluta y directa en todo el concepto contemporáneo de espectacularidad.
Porque en su música se puede leer a Freud, quien lo trató en vida en una sola sesión por cuatro horas y lo consideró un hombre genial, porque fue subversivo y esperanzador, corpóreo, epidérmico y trascendental en un mismo compás, refiere el crítico británico.
Ruiz Mantilla anota en su artículo que el tiempo de Mahler es más del presente que del pasado. Fue admirado por los rupturistas y por un público fiel, mayoritariamente compuesto por judíos. El mismo compositor se consideraba tres veces apátrida: bohemio en Austria, austríaco entre los alemanes y judío en todo el mundo.
Abbado o Rattle, que dirige desde hace una década a la Filarmónica de Berlín, o Bernstein en su época, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, han dirigido casi todas las sinfonías de Mahler.
Recordemos que en Quito el ex director de la Orquesta Sinfónica Nacional, Emmanuel Siffert, dirigió la quinta sinfonía en el Teatro Bolívar; Patricio Aizaga interpretó la Sinfonía número 1 (Titán) junto con la Filarmónica Juvenil en la Casa de la Música.
Lebrecht destaca la enorme diferencia que existe entre las versiones de Abbado o del venezolano Gustavo Dudamel. Un adagio de la quinta sinfonía puede durar entre 7 y 14 minutos, dependiendo de quién tome la batuta. En Europa la prueba Mahler es el certificado por el cual debe pasar cualquier gran orquesta o director.
Genio hasta el fin de sus días, poco antes de morir pidió a su esposa que en la lápida dijera simplemente Mahler: “El que venga a verme sabrá quién fui. El resto no necesita enterarse”. Después de un siglo la obra de Mahler conquista todos los escenarios mundiales, incluidos los de Quito.