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Lo que ocurre en Venezuela es una espectacular y asombrosa regresión a la magia y, por cierto, a los magos y aparecidos. Es el intento “más serio” que se haya hecho para gobernar un país desde las prácticas del chamanisno, y para aplicar al pie de la letra las recetas de la locura política de los caudillos, cuyos mejores testimonios constan en las novelas del poder. Pero lo que ocurre por allá supera con creces los más imaginativos disparates de los dictadores latinoamericanos, que dejaron huella y que fueron retratados en ‘Yo, el Supremo’, de Roa Bastos, o en ‘Oficio de Difuntos’, de Uslar Pietri.
Como en los episodios novelescos, ahora en la vida real, el heredero del chavismo apeló a los pajaritos que le transmitían mensajes desde el cielo, a las visiones del rostro del caudillo mayor y ahora acude a la excusa de los fantasmales conspiradores de la “guerra económica” que acechan por doquier, y a la varita mágica de las medidas sumarias, como aquello de “exprópiese”, o “bájense los precios”. Todo eso, a sabiendas de que las causas del descalabro están en el fracaso de un modelo de Gobierno, en un caudillismo anacrónico; en un proyecto inspirado en las “sabias” recomendaciones del socialismo y en la irresponsabilidad de no admitir que, cuando cayó el muro de Berlín, cayó también el laboratorio ideado para someter y arruinar a la humanidad.
La ‘genialidad’ del caudillo principal, y la de su heredero e imitador, provocaron la quiebra de uno de lo países más ricos del mundo. El petróleo no ha servido para fortalecer la moneda, ni para fomentar la inversión, ni para producir comida, ni para dotar de servicios. Ha servido para construir el monumento más grande a la incompetencia. Ha servido para que Maduro convierta a la economía venezolana en una feria de rebajas. Ha servido para que siga tronando discursos mientras los venezolanos empobrecen. Genial el episodio; de película el argumento y los actores. Pero trágico todo esto para una nación que merece otra suerte, para la patria de Bolívar, el Libertador, que nunca fue socialista.
La magia política no es broma. No es especulación doctrinaria. No es el titular de una nota de opinión. Es una verdad constante en el ejercicio del poder político en América Latina. Es el fenómeno que explica la recurrencia del populismo, la persistencia de los caudillos y la quiebra económica e institucional. La magia es la razón de la debilidad de la democracia, de la vocación por la mano fuerte y de las soluciones fáciles. La magia está detrás de aquello de la “teoría de la culpa ajena”, de la maldad de los otros y de la santidad de nosotros. ¿Puede el Gobierno de un país, como ocurre en Venezuela, ejercer el poder apelando a hipótesis novelescas, y negándose a enfrentar la realidad?