En su novela ‘Purgatorio’, Tomás Eloy Martínez realiza un recorrido tan descarnado como conmovedor por el drama de los desaparecidos, asesinados y exiliados durante la dictadura militar argentina de los años 70. La trágica ausencia de un familiar cuyo destino se desconoce, y la angustia e incertidumbre en las que trascurre la búsqueda interminable, marcan una vida cuyo vacío únicamente puede llenarse con la locura.
Como telón de fondo del relato transcurren las interminables coreografías que montó la dictadura, no solo para disimular los crímenes que a diario cometía contra la población, sino para algo todavía más siniestro: la invención de la realidad. Inspirados en referentes nacionalsocialistas, los militares y sus acólitos civiles transpusieron los límites de la manipulación mediática para ingresar al terreno más complejo, e infinitamente más efectivo, de la manipulación virtual.
La novela describe cómo se forjaban mapas a medida que el poder necesitaba desaparecer barrios o pueblos enteros en función de sus acciones represivas o, simplemente, para disimular el saqueo de los recursos públicos. Infraestructura física que había sido rifada en los procesos de privatización de pronto desaparecía de los registros oficiales. De la noche a la mañana, un barrio obrero centenario era literalmente borrado del mapa para permitir la construcción de una superautopista, con el único afán de presentar a los turistas una imagen de país próspero, mientras la corrupción arrastraba a la ruina a una nación otrora floreciente.
En medio de esta comparsa de iniquidades sobresale un personaje ya clásico en la política latinoamericana: el encargado del control simbólico. Civil, maduro, servil y carente de todo escrúpulo, tiene a su cargo la formulación permanente del discurso oficial, del mensaje que la población debe digerir. Su tarea incluye desde el soborno o amedrentamiento a periodistas hasta la eliminación de evidencias en los trabajos sucios. Es el cerebro que trama las estrategias mediáticas, que diseña los contenidos de la propaganda, que escribe los editoriales oficiales. Es el mago de la política. Pudo imaginarse un mundial de fútbol con la misma facilidad con que se imaginó la guerra de Las Malvinas.
Su misión más difícil es justificar al mundo la cantidad de desapariciones que a diario ocurren en su país. Para ello no duda en echar mano de teorías extravagantes, como el rapto extraterrestre o la súbita pérdida de memoria de los afectados. Su mayor traspié ocurre cuando le propone a un famoso cineasta extranjero rodar un documental que, mágicamente, invente los logros del régimen; este le responde que se lo haría gratis siempre y cuando él, también por arte de magia, haga aparecer a todos los desaparecidos.