El papa Francisco ha hablado desde hace varios meses en forma contundente contra la usura, la especulación y la corrupción, tres malignas raíces de un mismo árbol que por cierto tenemos sembrado en Venezuela, y la Conferencia Episcopal de nuestro país fijó hace ya unos cuantos días una posición absolutamente consistente con las ideas del Santo Padre en torno a esta materia, razón por la cual es absolutamente pertinente que el tema se trate seriamente.
Más allá de las advertencias que hizo la cúpula de la Iglesia Católica venezolana con respecto a los peligros que pudieran derivarse de las medidas adoptadas por el Gobierno contra las desmesuradas alzas de precios en productos esenciales y no esenciales para los venezolanos, la especulación, y su fase superior, la usura, son acciones absolutamente repudiables.
Es un error que algunos líderes de la oposición hagan análisis absolutamente temperamentales y hasta simplistas sobre el problema. Estamos de acuerdo con que las medidas anunciadas no van a combatir las razones de fondo que provocan la inflación, el desabastecimiento, la conducta irrefrenablemente alcista del tipo de cambio y otras señales de recalentamiento de la economía, pero es indudable que pese a la incertidumbre con respecto a lo que va a pasar cuando se acaben los inventarios, las medidas de Maduro han generado una reacción positiva en una parte importante de la población, que ve una distancia del cielo a la tierra entre sus ingresos y el precio de muchos de los productos que necesita o aspira tener.
Muy pocos dirigentes opositores han asumido como necesaria la lucha contra la especulación y la usura, y el resto ha preferido minimizar este problema, como si no existiera o fuera sólo parte de la retórica del Gobierno y no una real angustia de millones de venezolanos. No es difícil imaginar lo que quiere la mayoría abrumadora de los ciudadanos: que realmente bajen los precios, no como descuentos ocasionales sino como algo permanente, y que paralelamente exista una oferta que supere o al menos iguale la demanda.
Ello no lo puede garantizar el Gobierno en solitario, por mucho que quiera. No es algo que se logre a corto plazo. La oposición corre el riesgo de retroceder dramáticamente si termina siendo percibida como una fuerza indiferente frente a lo que le pasa a quienes se enfrentan no solo con la escasez sino con precios que van mucho más allá de lo razonable. Ya el Gobierno está impulsando una política, y sus resultados concretos aún están por verse.
En el caso de la oposición, lo que hay son respuestas evasivas y casi ninguna propuesta concreta. Insisto, así como Maduro corre el riesgo de vérselas muy mal si fracasa su estrategia contra la especulación y la usura, en cuanto a los opositores, la política del avestruz frente al problema amenaza con convertírsele en un verdadero karma, sobre todo si al Presidente le suena la flauta.
Mientras tanto, las grandes mayorías siguen esperando que el Gobierno, organismos empresariales y trabajadores se sienten a la mesa para tratar de hacer bien la tarea de recuperar la economía, bajo el principio constitucional de la corresponsabilidad. Es, insistimos, una misión imposible en solitario.