Sí, lector/a, tal cual: el machismo no es un estado del habla, sino una disposición del alma.
Nos impide –a usted, varón, y a mí, mujer; a nosotras y a ustedes– leer la realidad desde todos los ojos, con respeto por cada mirada. Si nadie está exento de prejuicios, aquellos que, sin confesárnoslo, nos muestran a la mujer como menor, son quizá los más profundamente arraigados y solitarios. Como el racismo nos impide aceptar a quienes se nos aparecen como distintos o nos mueve a querer ser como ellos, y niega o concede derechos y virtudes a los seres humanos que no se nos parecen, el machismo nos marca desde nadie sabe cuándo, ni cómo, ni por qué…
Don Ignacio Bosque, académico de la Real Española, gramático genial, sencillo y bueno, tan poco sospechoso de machismo dadas su personalidad y su inmensa cultura, ha examinado múltiples “guías para evitar el uso sexista del lenguaje”, en un informe titulado ‘Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer’, aprobado por 26 académicos españoles. ¿Repetir sus argumentos contra los infinitos ‘los, las, os/as’, @, etc.? No: apenas, añadir uno, a tenor de mi recuerdo: Era el 2007, y los académicos esperábamos en el aeropuerto de Medellín el avión que nos llevaría a Cartagena de Indias para homenajear a Gabriel García Márquez: ochenta años de vida, cuarenta de ‘Cien años de soledad’. Conversábamos con Ignacio sobre este tema. ¿Multiplicar los ‘los y las, unos y unas’, incluir las horribles @ que nada dicen, para que la mujer exista? ¿Empedrar el idioma, volverlo indigerible, ilegible e inaudible, bajo la idea ‘sui generis’ de explicitar lo femenino embutiéndolo en donde, cuando es necesario, ya está? ¿Visibilizar así a la mujer?… ¡No, por Dios! Y ¿cómo disuadir a los/as feministas? Pues mostrándoles que este abarcamiento, este abrazo que se quiere evidente empobrece nuestra relación con el mundo, con nuestro sexo y con el ‘opuesto’ al afear el idioma, instrumento creado para la comprensión intelectual, sí, pero cuyo mayor potencial es el de la poesía y la expresión de la belleza.
Imaginar posible la ‘visibilización’ de la mujer –la mía, la suya– en el lenguaje escrito, gracias a estos ardides, es quizá solamente involuntaria trampa urdida por los/las feministas más recalcitrantes ya que, en efecto perverso, tranquiliza la conciencia machista de una sociedad desigual y, en lugar de reclamar y obtener cambios sustanciales, se contenta con la superficialidad de un ‘os/as’ que nada incluye, salvo la fealdad y, quizá, nuestra propia impotencia… Mientras tanto, la lengua sigue sosteniendo entre ‘/as y /os’, el machismo contra el que pretendemos luchar con armas tan falaces como la abollada bacía de barbero que Don Quijote lucía en la cabeza, con la ilusión de que fuese el magnífico yelmo de Mambrino.