Cada invierno se repiten las mismas imágenes de desgracias ya conocidas: calles de ciudades o campos inundados; personas que son evacuadas en botes, porque no hay otra manera de hacerlo; fallecidos y daños materiales.
De tanto repetirse pareciera que esas calamidades se hicieron parte del paisaje, pero no es así. Detrás de esas imágenes hay familias -con rostros, nombres y apellidos-; están afectadas porque se quedaron sin nada o porque perdieron a un ser querido. Y para colmo aún no salen de las penurias que viven desde el terremoto del 16 de abril.
La Secretaría de Gestión de Riesgos reporta todos
los días los desastres y lo hace cada año. La Secretaría informó que hasta ayer el invierno actual había dejado cuatro personas fallecidas, 25 339 afectados y 268 damnificados en todo el país.
No sabemos qué se hizo antes para impedir que las lluvias nos dañen; es decir, qué planes preventivos se desarrollaron, como por ejemplo en los cantones Chone, Portoviejo, Sucre, Tosagua y Montecristi, que ayer amanecieron anegados. La situación es más complicada para esas zonas, ya que quedaron vulnerables, luego del terremoto.
La Secretaría también ha informado que se ejecutan programas para mitigar los desastres. Esta no solo es labor de la Secretaría, sino de los municipios -que tienen la competencia de la gestión de prevención-, de los habitantes y de quienes dependa la tarea de impedir más inundaciones.
El cambio climático ha alterado todos los patrones de lluvias, por lo que es necesario que las acciones se tomen sobre esa base. En la Amazonía, que hasta hace cinco años no se inundaba, el fenómeno se ha recrudecido. En los primeros días del año, las poblaciones de casi todas las provincias amazónicas estuvieron bajo el agua.
Esmeraldas, El Oro, Los Ríos y las provincias de la Sierra centro también fueron afectadas. Manabí y Santa Elena siguen en la lista. Si el patrón se repite, entonces por qué no se hace algo para acabar con las inundaciones.