¿Cómo llegamos hasta aquí?

El ascenso de Rafael Correa al poder marca el final de un ciclo histórico que arrancó en 1979 con el denominado retorno a la democracia. Luego de casi 10 años de dictadura, un modelo fallido de industrialización y un entorno económico internacional en plena liberalización, la situación se volvió inmanejable para los militares. Se emprendió, entonces, un proceso de democratización que pasó por la adopción de un estado social de derecho y las instituciones clásicas de la democracia liberal. Los partidos políticos fueron diseñados bajo el modelo europeo y se consagró un esquema cercano a la economía social de mercado.

El diseño institucional materializado en las constituciones de 1979 y 1998 fue bastante bueno y su aparente fracaso no debe ser atribuido a sus elementos sino a la conducta de los diversos actores sociales y políticos que jugaron con sus mecanismos. La cooperación -un engranaje básico de toda democracia- fue reemplazada por una confrontación destructiva y abierta que restó enormes márgenes de maniobra a los gobiernos electos. Simultáneamente, una porción de la prensa denunció los desafueros de los partidos mediante otros desafueros, introduciendo en un mismo saco a todas las organizaciones y proyectando a la política como un espectáculo sórdido y deprimente. El sector empresarial, sobre todo el vinculado a la banca y finanzas, tampoco dio muestras de responsabilidad, y sus excesos contribuyeron a minar aún más la credibilidad del sistema. El resultado de esta compleja dinámica fue la alienación progresiva de los electores y la pérdida de confianza en las instituciones. Muchos analistas consideran que el agotamiento de este ciclo tiene raíces económicas y debe ser interpretado como un resultado directo del fracaso del modelo de desarrollo. Al examinar el período, sin embargo, aparecen progresos importantes en materia económica. Así, la evidencia de un crecimiento importante y orgánico del sector productivo durante los años de democracia representativa contradice aquel argumento y refuerza la tesis de que las causas de la debacle no fueron económicas.

Correa llegó al poder con la mesa puesta. Valiéndose de su calidad de outsider se situó simbólicamente fuera de la política, creó -desde la política- el mito de la antipolítica, simplificó los espacios sociales en los ciudadanos y los "otros" y recurrió al antagonismo permanente para crear y recrear su identidad política. Huelga decir que esta cadena de elementos fue favorecida y potenciada por la excepcional coyuntura económica de estos años.

Mientras los líderes políticos no persuadan al electorado de que encarnan una nueva forma de hacer política, es difícil pedir a los ecuatorianos que retiren su apoyo a un Gobierno que aporta un buen grado de estabilidad a la sociedad y que en el mundo de los símbolos se presenta como la antitesis de la política y sus perversiones.

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