Fernando Aramburu( San Sebastián, 1959), escritor vasco, autor de la conmovedora y trepidante novela Patria, dice en un párrafo que no se puede vivir con la mentira y el silencio.
Lleva razón. Quizá ese argumento dé sentido al oficio de contar historias cotidianas que van desgajando en pequeñas piezas la gran historia de la vida, de un pueblo, de un país, de su gente. Y recopilar fuentes, mostrar escenarios, pintar los dramas humanos más allá del poder o ‘la verdad’ oficial. Y luego cosechar puntos de vista y sembrar opiniones que susciten reflexión.
El aprendizaje se basa en el tropiezo y en la caída, en levantarse para volver a andar el camino cada día,que se sabe donde empieza pero cuyo final es inescrutable.
Algo de todo eso hay en la vida y en el periodismo. Desde enero el país empezó a develar con mayor rigor y crudeza una larga historia que se empezó a escribir hace décadas, entre la indolencia, el miedo y el silencio. Nunca, la mentira, aunque quizá sin advertirlo plenamente, con alguna visión o versión parcial de las cosas.
Mientras, crecían bodegas, mansiones, fincas gigantes, negocios inmobiliarios y autos de lujo, los expedientes de procesos no resueltos se perdían en la polvareda del sobreseimiento por falta de pruebas, los habeas corpus o las sangrientas fugas de prisiones perforadas como quesos gruyere, cundía el miedo y el silencio.
Por eso es que el dolor que sembró la muerte causada por los atentados terroristas contra infantes de Marina y el secuestro y muerte de nuestros compañeros de EL COMERCIO; el que causa y sigue causando la incertidumbre sobre el paradero de la pareja de jóvenes desaparecidos, y ahora el misterio sobre una patrulla militar en la zona de Tobar Donoso, próxima a un sector donde operan en la clandestinidad los mineros ilegales (otro jugoso negocio como el narcotráfico y la trata de personas) obligan al país a no bajar la guardia y seguir reclamando seguridad paz, información transparente y medias serias.
No dejaremos ni un solo minuto de clamar por los cuerpos de nuestros compañeros asesinados en Colombia luego del secuestro en territorio ecuatoriano.
No debemos dejar ni un solo minuto de honrar la memoria de los uniformados muertos por proteger la preciada soberanía e integridad territorial ni de exigir atención para los heridos por los terroristas.
No podemos abandonar a su triste suerte ni al olvido de la pareja que salió de Santo Domingo rumbo al norte de Esmeraldas y que desapareció sin dejar rastro, es obligación de las autoridades del Ecuador y de Colombia dar respuestas claras y serias. Lo propio en cuanto a la patrulla militar.
Mientras con un nuevo mando claro y con visión organizada la operación de las zonas vulnerables debe asentarse en seguridad , construyendo condiciones un tejido social que permita a la gente vivir en su tierra con trabajos e ingresos suficientes y todas las condiciones de salud, educación y protección. Tampoco lo debemos olvidar.