Las grandes tragedias suelen sacar a flote lo mejor y lo peor de las personas. Y, vale decirlo, de las instituciones y de quienes las dirigen. El terremoto ocurrido el sábado 16 en Manabí y en el sur de Esmeraldas nos pone a prueba a todos.
La ‘tormenta perfecta’ de la que venía hablando de modo insistente el presidente Rafael Correa para justificar la situación económica del país, debida a la caída del precio del petróleo y a la apreciación del dólar, de pronto se volvió el ‘tsunami perfecto’.
Frente al dolor y la pérdida causados por la devastación, en una semana se han visto las más diversas reacciones, desde la solidaridad sin medida hasta el irrespeto al derecho de los damnificados a llorar o a expresar su traumática situación a gritos.
Pero es muy pronto para tener respuestas categóricas a una serie de interrogantes alrededor del manejo y de los efectos de la tragedia.
La primera tiene que ver con la prevención. Hay una estructura institucional poderosa que, sin embargo, no logró hacer mucho para prevenir el daño que podía provocar un sismo.
Los datos del último censo reflejaban de modo contundente la fragilidad de las viviendas en todo el país. Con seguridad los diagnósticos se ajustan bastante a la realidad, pero una gestión de riesgos debiera incluir, en un país de alta sismicidad, acciones para enfrentar con relativo éxito, en el caso de una tragedia, los problemas generados por la informalidad y la laxitud en la aplicación de las normas.
Es frustrante pensar que el número de víctimas y de daños hubiera podido ser menor. Y es imprescindible considerar ese factor para la reconstrucción.
Las preguntas vienen también desde el lado económico y político. Si ya se habló de un crecimiento negativo para el 2016 y el 2017, solo hay que suponer lo que significará un daño que se mide en miles de millones de dólares.
Todos sabemos que los impuestos que ya se venían tramitando antes del terremoto y los nuevos tributos y aportes para afrontar la emergencia no mejorarán del todo las cosas.
¿Dónde quedó el discurso de las medidas anticíclicas?
El tiempo dirá cuál es la responsabilidad histórica del Gobierno en el manejo económico; pero hoy por hoy resulta evidente que el modelo planteado desde el inicio, en que el Estado es un sobredimensionado motor, no tiene el suficiente margen de maniobra frente a la ‘tormenta perfecta’ y a una previsible catástrofe natural.
El cambio de la matriz productiva es solo un discurso y la austeridad gubernamental se plantea como un chantaje.
Más allá de los exabruptos presidenciales, la catástrofe aumentó la factura política, aunque hoy el Gobierno nos diga que somos parte de la solución y que el problema no es solo de las autoridades sino de todo el Ecuador. Porque, ahora sí, todos debemos remar para el mismo lado y la división no resulta buen negocio. Ahora sí, estamos ‘listos y unidos’…