Erich Fromm plantea una distinción crucial, en “El miedo a la libertad”, entre ser libres “de” y ser libres “para”. La libertad “de” se refiere a la ausencia de restricciones y ataduras. La libertad “para” es menos obvia: se refiere, en esencia, a la fuerza interior y la madurez que una persona necesita para poder ejercer su libertad y, en especial, para poder sentirse segura en ella, sin necesitar que su seguridad venga de otras personas, de instituciones, o del ejercicio del dominio y el abuso sobre otros.
La historia humana ha registrado a muchas figuras que han dirigido procesos de liberación “de”: Washington, que dirigió la independencia de los Estados Unidos del dominio inglés en el Siglo XVIII. Bolívar, Sucre y San Martín, los héroes de la liberación de gran parte de nuestro continente del dominio español en el Siglo XIX; Gandhi que logró el fin de la presencia imperial británica en la India en el Siglo XX. En otro orden de cosas, Pasteur, Lister, Fleming y tantos otros nos liberaron “de” enfermedades antes incurables, durante el último siglo y medio de asombrosos desarrollos en los campos de la biología y la medicina.
Lo que todavía no vemos con claridad es el ejercicio de liderazgo en dirección a hacer a las personas libres “para”. Y es que la mayoría de grupos humanos siguen entrampados en un viejo paradigma, que viene desde Platón, según el cual el liderazgo consiste en ejercer la autoridad, que fácilmente se convierte en dominio y que convierte a la mayoría de personas en seguidores, incapaces por ello de lograr su libertad “para”.
¿En qué consiste ese liderazgo, aún poco visible en las sociedades humanas, que propende a la generación de personas libres “para”, que son las verdaderamente libres? Consiste primero en la humildad, que se expresa en la no pretensión a la propiedad de la verdad y en la renuencia a tratar de imponerse. Incluye un infinito respeto por los demás, que reconoce que todos gozamos de derechos, encerramos amplias potencialidades, podemos contribuir al bienestar común, y no merecemos maltrato.
Pasa luego por el estímulo abierto al crecimiento de la mente y del espíritu de toda persona, estímulo que se da en el hogar, en el aula y en el lugar de trabajo cuando se reconoce la capacidad de cada quien para encontrar sus propias respuestas a las incógnitas de la vida, se acepta que esas respuestas puedan ser diferentes, y se construyen los medios para que las inevitables diferencias entre seres libres se procesen de tal manera que no les lleven a confrontarse y a destruirse mutuamente.
Nos falta mucho para llegar a tener esa clase de liderazgo, sin el cual no podremos aspirar a más que la limitada libertad “de” ciertas restricciones, mas no a la plena libertad de la que deberíamos gozar, y podríamos si la buscásemos.