Esta semana los habitantes de Quito hemos sentido el efecto, más positivo que negativo, de la aplicación del pico y placa. El Alcalde ha actuado como un líder, al identificar un problema crucial para la ciudad como es la movilidad, definir un plan por etapas, alinear a los actores en la consecución de la meta y persuadir a la colectividad sobre los beneficios de la medida.
Hay aún muchos asuntos por resolver, como por ejemplo la anunciada y comprobada deficiencia del transporte público, pero se ha logrado movilizar a toda una colectividad frente a un problema que la agobiaba. Hasta es posible que después la medida quede obsoleta o incluso fracase (ojalá que no), pero es necesario destacarla como un ejemplo de cómo una autoridad puede conducir a una comunidad hacia la consecución de un fin.
Hay que imaginarse qué habría pasado con el pico y placa si Augusto Barrera hubiese empezado por polarizar a la ciudad entre quienes votaron por él y quienes lo hicieron en su contra; si hubiera optado por descalificar a los habitantes de algún sector en particular; deslegitimado a los concejales de otras tiendas políticas o agredido a los medios que no reflejan sus pensamientos y hasta sus deseos, tal como funciona el modelo político que hoy se impone desde Carondelet.
Se dirá, con algo de razón, que la administración de una ciudad es mucho menos compleja que la de un país, pues al margen de su tamaño (hay ciudades que duplican y hasta triplican el número de habitantes del Ecuador) se juegan temas como el de las regiones, los recursos naturales, el modelo económico y la seguridad externa. Pero ello no impide comparar los tipos de liderazgos.
De hecho, una de las razones por las cuales en este momento le va mejor al Gobierno en Guayaquil es por haber bajado el nivel de polarización con la autoridad municipal. Al haber identificado problemas acuciantes de la ciudad en los cuales podían trabajar conjuntamente, han llegado a un statu quo que resulta beneficioso para las dos tendencias políticas confrontadas, pero sobre todo para los habitantes de la ciudad.
La psicología humana es una sola, ya sea en el hogar, en el aula, en una pequeña o gran empresa, en una ciudad chica o en una ciudad grande, en un país chico o en una megapotencia. En todas partes, la identificación de las metas comunes y la persuasión son claves para construir un liderazgo realmente positivo.
No sirve de mucho recordar que uno ha ganado todas las elecciones y que lo asiste la fuerza de los votos si no se logran acuerdos mínimos; lo que pasa ahora con la Ley de Aguas demuestra que es tan necesario como difícil entender que la política es el espacio de negociación de los intereses legítimos de todos los sectores involucrados. Descalificarlos solo crea un innecesario desgaste, cuando lo único que garantiza la subsistencia de las leyes es que sean aceptables para todos.