Para poner de relieve los extraordinarios méritos de Unamuno en su franca posición contra las arbitrariedades del poder, uno de sus críticos decía: Esa actitud le costó la vida y le ganó la muerte. Otro rectificaba: Le costó la muerte y le ganó la vida.
En la actual coyuntura, este episodio debe ser conocido y servirnos de inspiración en el cumplimiento de nuestros deberes cívicos. Tenemos que luchar frontalmente contra los abusos del poder, a sabiendas de que tal conducta tiene sus costos, que seremos quizás llevados ante jueces serviciales y sometidos al oficialismo absorbente que solo ve aciertos en lo propio y en lo ajeno mentiras. Hay riesgos: No se trata de la muerte física, aunque algunos opinan que tampoco cabría descartarla en tiempos de violencia y contratación de sicarios, sino de la muerte simbólica, de aquella que se administra mediante usuales descalificaciones, agravios y ofensas, de la que semanal y ritualmente es ejecutada por una revolución que ampara a los que a ella se someten y condena a los que disentimos y levantamos nuestra voz.
El peor error de quienes reclamamos nuestra libertad y nuestros derechos sería caer en la conformidad y, peor aún, la sumisión. Recordemos las palabras que definieron la conducta de Unamuno. Es preferible ir hacia la muerte para ganar la vida, espléndida e incorruptible, nutrida por metas nobles e ideales que no se negocian, que pretender vivir en vida muriendo en muerte de silencio y opresión.
Con alguna frecuencia el poder, también citando a Unamuno, dice que si los perros ladran “es porque estamos avanzando, Sancho” y afirma que esta sentencia fue pronunciada por Don Quijote en su larga marcha por los caminos de la Mancha. Mal interpreta al noble caballero, porque esos perros que ladran pueden ser los guardianes de libertades y derechos que dan la voz de alarma ante el peligro de verlos conculcados.
El poder tiende a copar todos los espacios, como lo prueba la historia. En tal panorama, benditos los perros que ladrando encienden las alarmas y llaman a la reflexión, benditos los perros que anuncian, con voz que nadie callará jamás, que es hora de unirse para que los ladridos cada vez más multitudinarios y firmes abran los oídos sordos del Régimen y empiece éste a escuchar las voces ciudadanas. Quienes así hablamos no buscamos derrocar gobiernos sino contribuir para que el mandato del pueblo se ejecute en beneficio de todos, que se ponga fin a los desafueros y se oriente al Ecuador hacia la fraternal búsqueda del bien común. En esta lucha pacífica debemos estar inmersos todos los ecuatorianos, mujeres y hombres de buena fe y buena voluntad. Pero que no se olvide que, inspirados por Eugenio Espejo, sabemos qué es la libertad y cómo encontrarla. ¡En ello, bendita la hora si se nos puede ir la vida!