¿Por qué la libertad “importa” tanto a los poderosos? ¿Por qué la obediencia interesa tanto a los políticos? ¿Por qué los derechos, en lugar de ser ventaja derivada de la dignidad, son el problema esencial del Estado? ¿Y por qué a mucha gente le da miedo elegir y le asusta asumir responsabilidades?
Tema esencial el de la libertad. Tema que rebasa largamente los discursos, que supera las doctrinas y desnuda los proyectos. Asunto sin el cual cualquier debate es una falsificación, y todo poder es una tiranía, y esto porque la libertad es la condición necesaria que califica y singulariza a cada persona, que distingue y separa a los sistemas, y que coloca al Estado en el dilema de definirse, y a los caudillos en el grave aprieto de escoger entre oprimir o respetar, entre tolerar o perseguir. Y más aún, obliga a líderes y a ciudadanos a elegir entre la opción que coloca el destino en manos de cada individuo, o entre la opción que entrega dignidad, derechos y progreso a las artificiosas telarañas de partidos, jefes y burocracias.
El paternalismo que, con raras excepciones, satura a los regímenes políticos, y el autoritarismo que es la esencia de todo poder, confunden el ejercicio de los derechos y la militancia por las libertades con osadía, con atrevimiento de los nacidos para obedecer, de aquellos a quienes solo se les congrega para que aplaudan, para que avalen los gestos de mando y los signos de sometimiento. La defensa de los derechos y de las libertades está, cierto es, en los linderos de la rebelión, y eso es irremediable, y a la vez encomiable, porque significa que la gente mantiene fresca la idea de su autonomía y bien clara la noción de que la dignidad corre pareja al riesgo y al deber de señalar, cada día, cuáles son los límites del poder. El problema es que si eso no ocurre, si toda alerta está apagada, la conclusión penosa es que esa sociedad y su gente ya no serán espacios fértiles para una república. Serán cementerios de la autonomía y tumba de las iniciativas y de las diversidades.
Serán comunidades dependientes de lo que haga o no la política, de lo que sus caudillos digan, o de lo que callen.
La libertad es tan importante, y la osadía y la firmeza para defenderla también, que la historia del siglo XX está marcada por las luchas entre los que quisieron expandir el Estado e invadir las intimidades, anular los derechos y edificar despotismos eternos, y quienes resistieron y nunca perdieron la lucidez para saber que detrás de las utopías de igualdad, justicia y nación, estaban –y están- agazapadas las tácticas para someter, para doblegar, para hacer de las sociedades mansos rebaños de seres obedientes, temerosos.
La libertad es lo más serio que nos puede ocurrir. Es el argumento más noble de la vida humana, pero es como el aire: la echamos de menos cuando ya no está, cuando ya es tarde.