¿Libertad para qué?

En 1980, poco después de salir de Cuba en condiciones dramáticas, el escritor Reinaldo Arenas recogió en un libro sus artículos y ensayos políticos más combativos y lo tituló ‘Necesidad de libertad’.

Era un grito. Reinaldo se ahogaba en Cuba. Vivía entristecido, atemorizado o indignado. Los seres humanos necesitan ser libres.

Cuando llegó al exilio, Reinaldo sintió un profundo alivio y dijo algo tremendo y doloroso: por primera vez había estrenado su verdadero rostro. Se había “desenmascarado” y sentía la cálida sensación de poder ser él mismo sin que ello le trajera castigos y marginaciones.

¿Qué es la libertad? La facultad que tenemos para tomar decisiones basadas en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales sin coacción exterior.

José Martí, el periodista ilustre que gestó la independencia de Cuba, aportó otra definición lateral: “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía”.

Las tiranías nos arrebatan el derecho a ser honrados cuando nos obligan a aplaudir lo que detestamos o a rechazar lo que secretamente admiramos.

Cuando los cubanos desfilan gritando consignas que no sienten, no son honrados. Cuando aplauden al líder que aborrecen o ríen las sandeces que suele decir, no son honrados.

Esa simulación crea una incómoda disonancia psicológica. Cuando sacrificamos nuestra honradez, cuando renunciamos a nuestra coherencia interna para evitar un daño o conseguir un privilegio, nos sentimos “sucios” e internamente avergonzados. Ser hipócrita es una conducta que hiere al que la practica y repugna al que la sufre.

Pero para tomar decisiones es menester informarse. La violencia totalitaria trata de impedir que las personas puedan informarse. ¿Para qué necesitan informarse si todas las decisiones las toma el Estado y todas las verdades ya han sido descubiertas?

En Cuba hay brigadas policíacas dedicadas a arrancar antenas parabólicas, descubrir teléfonos satelitales, confiscar libros prohibidos y negarle acceso a Internet a las personas mínimamente independientes. No se me ocurre una actividad más miserable.

Cuando el socialista español Fernando de los Ríos preguntó a Lenin cuándo iba a instaurar las libertades en la naciente URSS, el bolchevique respondió con una pregunta cargada de cinismo: “¿Libertad para qué?”.

La historia de Occidente ha ido ampliando el ámbito de las personas libres.

A veces el ejercicio de esa facultad toma dimensiones heroicas. Hace unas semanas el preso político cubano Orlando Zapata Tamayo decidió morirse de hambre y sed para protestar contra las injusticias y los atropellos de la dictadura. Solo le quedaba la vida para defender su dignidad de ser humano y la entregó. A él, a su memoria dolorosa, muy conmovido, le dedico estas palabras.

Suplementos digitales