‘Liberal” y “liberalismo” fueron malas palabras para muchos en el pasado, y en el mundo contemporáneo se han convertido en malas palabras para otros.
A fines del siglo XIX e inicios del XX cuando se dieron las revoluciones liberales en varios de nuestros países, la imagen satanizada del liberalismo se dibujó en función de su defensa de la democracia política con derechos y libertades para todos, y de su oposición al dominio eclesiástico de las normas sociales y de la educación. Dadas las estructuras del poder socio-político en nuestras sociedades en ese momento histórico, era evidente que el liberalismo sería mal visto por muchos.
Sin embargo, durante mucho del siglo XX el liberalismo venció esa satanización y se mantuvo ideológica y políticamente vigente en América Latina. Pero luego, hacia fines de ese siglo, se dio una nueva satanización del liberalismo, re-etiquetado como “neoliberalismo”. ¿Qué pasó? Alfredo Torres, inteligente analista político peruano, nos ayuda a encontrar la respuesta a esta pregunta. Plantea que muchos políticos y ciudadanos incurren en lo que propongo denominar “liberalismo a medias”. El término es mío, no de él, pero nace de su análisis.
Un grupo de esos liberales a medias son, en los términos de Torres, “económicamente socialistas y políticamente liberales”. Podemos incluir en este grupo a los socialistas de la Concertación chilena y a socialistas europeos como el español Felipe González y el francés François Mitterand, con quienes los liberales completos podemos coexistir porque, primero, en términos políticos, respetaron lo esencial de la democracia que es no solo el sistema electoral, sino las libertades cívicas y los derechos humanos, y en términos económicos, respetaron al mercado y a la propiedad privada.
Los otros “liberales a medias” son, nuevamente en los términos de Torres, “económicamente liberales, pero autoritarios”, es decir, antidemocráticos. En este grupo estuvieron, por ejemplo, quienes en Chile apoyaron la dictadura de Pinochet, por definición antidemocrática, porque permitía la operación de una economía libre. Estos son los que a mi juicio generaron el descrédito más reciente del liberalismo. Al aliarse, no solo en Chile sino en muchos otros países, con regímenes políticamente antidemocráticos para mantener sistemas económicamente liberales, incurrieron en una evidente y flagrante contradicción. Al hacerlo, brindaron oportunidades enormes para populismos como el que está hundiendo a Venezuela, que, partiendo de una postura antiliberal en lo económico, se volvió socialista y autoritario -es decir, antiliberal tanto política como económicamente.
No es tarde para reexaminar el liberalismo, y para regresar a la sana intención de implantarlo completo, no a medias, en términos sociales, políticos y económicos.