Aprobado el proyecto de la Ley Orgánica de Comunicación por la Asamblea Nacional, no se hizo esperar un comunicado contestatario de la Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos (Aedep), publicado el domingo 16 del presente. De esa misma fecha es el correo electrónico que me envía Gonzalo Sáenz de Buruaga, mi amigo español desde cuando residíamos en el Colegio Mayor Ntra. Sra. de Guadalupe, en Madrid. Dice así: “Leo en EL PAÍS de hoy el editorial (el comunicado de la Aedep) de tu periódico de Quito sobre ‘linchamiento mediático’ y otras hierbas correosas. Espero que ello no frene tus colaboraciones y opiniones”. Mi contestación inmediata: “Durante más de 30 años me he puesto a la altura del privilegio que significa contar con un espacio de opinión en un Diario importante como es EL COMERCIO de Quito. Desde luego que opinar libremente en cualquier país del mundo signifi ca contradecir las más de las veces los intereses de las fuerzas más dispares. Como sabes, tal conducta me llevó a un juicio penal que me interpuso quien por aquellos tiempos se consideraba ‘el dueño del país’, representante de la ultraderecha económica. La Ley de Comunicación que está por firmar el presidente Correa me pone en guardia desde luego aunque no creo que me limite. A estas alturas de mi vida DEBO continuar siendo lo que siempre he sido: un librepensador, pese a quien pese y aunque me caiga el mundo encima. Ya verás cómo sigo opinando en base a la parte de la verdad que me asigno”.
Viéndolo bien, quienes redactaron el texto de aquel proyecto de ley que fue aprobada por la Asamblea Nacional, sus razones tenían. Se hallan convencidos que la libertad de expresión es un derecho que les asiste a todos los ecuatorianos. Son más bien pocos los que se informan, procesan y opinan en los medios de comunicación independientes -no gubernamentales, digamos-. El presidente Correa fue elegido y reelegido democráticamente por una mayoría que en nuestro país está constituida hasta por ciudadanos que no saben leer ni escribir. Parece lógico que quienes llegan al poder con tal concurso se vean en la obligación de ‘darles hablando’ a los que no conocen otra vía de expresión que no sean las manifestaciones o bochinches callejeros. La rebelión de las masas conducidas por intérpretes, como puede ser el caso del Gobierno actual.
Imaginémonos que por miedo a linchamientos y otros extremos, los periodistas independientes dejaran de investigar y opinar. Estoy seguro que Correa y los soñadores que le acompañan comenzarían a sentirse vulnerables, impotentes, viéndole al país carcomido por sus propios adeptos, intocables, cada vez más ambiciosos y arbitrarios. Pedirían a gritos que la Asamblea Nacional derogue la Ley que está por ser sancionada por el presidente Correa. Tiempo al tiempo.