La enfermedad más contagiosa

Hizo bien el Gobierno al dictar la Ley de Comunicación”, me decía, un empresario, “porque los periodistas eran vanidosos y arrogantes”. Claro que había periodistas de ese talante, le respondí, pero ya desaparecieron de los medios, en su lugar ha quedado el silencio que es peor. Las cualidades o defectos personales de los periodistas son triviales, lo importante es que mantengan informada a la sociedad. Le pregunté si se fiaba de los índices oficiales, si creía que han desaparecido del país los sobornos y los sobreprecios, si estaba convencido de que nadie se enriquece ilícitamente, si podía citar el último caso de devolución de dinero reclamado por la Contraloría, si había algún funcionario preso...

El silencio de la prensa es un peligro para el propio Gobierno porque sus funcionarios se sienten protegidos y para la sociedad porque pierde defensas contra la enfermedad más contagiosa de la civilización: la corrupción.Un catedrático de la Universidad de Madrid, sostiene que el régimen de la Transición en España está herido de muerte por esta epidemia incurable. Líderes políticos y sindicales, contratistas y funcionarios han sido descubiertos con “las manos en la masa”. Se han festinado millones de dólares del erario público para pagarse el buen vivir. Ahora mismo es noticia la caída de la Ministra de Salud por haber sido “partícipe a título lucrativo” de la corrupción. Su ex-marido había recibido, como Alcalde, más de un millón de dólares a cambio de contratos públicos. El partido que ahora gobierna en la península tiene la misma imputación, por ello un periodista se pregunta: ¿Y Rajoy, por qué no renuncia? El Presidente del Gobierno se ha puesto enseguida del lado de la remediación, proclamó ayer en el Parlamento que “España no está corrompida” y, para variar, culpó a la prensa porque “está creando un clima que, a ratos, se hace irrespirable, porque siembra una desconfianza generalizada hacia los instrumentos de la convivencia democrática”. Después de pasar como gato sobre brasas las acusaciones a sus funcionarios, propuso 70 medidas anticorrupción, las mismas de las que habla desde hace un año pero no impulsa en el Congreso donde tiene mayoría.

Si España, donde se distingue entre Estado y Gobierno, donde hay justicia independiente y donde la prensa no calla nada, agoniza con la enfermedad de la corrupción, qué decir de otros países donde todo está controlado por el Gobierno: la prensa, la justicia, los organismos de control. Donde el Gobierno tiene a su disposición parlamentos y tribunales, donde los nombramientos son premios a la lealtad.

No nos engañemos, no existe Gobierno angélico que se controle a sí mismo. La guerra contra la corrupción exige prensa libre y transparencia. Es preferible tolerar periodistas arrogantes que perecer infestados por la enfermedad más contagiosa.

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